“No todo tipo de hombre puede con un mujerón
como yo”, sentenció, con esa frase lapidaria, el ícono de la belleza tropical, creada,
fabricada y sostenida por los medios de comunicación: Maripily.
Es totalmente cierto. El hombre puertorriqueño
y muchos latinos no pueden con mujerones
como ella. Madre soltera, empresaria, modelo, artista, presentadora, reina de
las portadas de revista, dueña por completo de su sexualidad que demuestra sin
pudor, motor que da el empujoncito final para lograr la meta de ventas de
periódicos y revistas con tan sólo pestañar, es ella el objeto deseado por
hombres y mujeres por igual. Es el objeto envidiado por muchas y símbolo de la
aspiración de toda una generación del lumpenato local, ese que trasciende
escalas sociales pero que a todos les une el mismo deseo, ese sueño de llegar a
ser un “Puerto Rico Idol”, una estrella, la próxima Kim Kardashian puertorriqueña.
Ella es ella y sus circunstancias. Con Maripily
se rebasa cualquier límite del imaginario de esos que claman “yo soy boricua
pa’que tú lo sepas”. Con una pinta de bruta que ella misma alimenta, le dá mano
y muñeca a sus críticos más acérrimos porque, a lo Marilyn Monroe, es
inteligente y lo suficientemente sagaz como para hacerse la pendeja. Pero María
del Pilar Rivera no lo es. Es todo lo contrario.