“La mayoría de estos abogados mediáticos son criminalistas, y todos,
en mayor o menor grado, son famosos”
Uno los ve y los conoce. Son expertos, sabelotodo. Hablan de cualquier tema. Algunos son ‘personalities’, y muchos hacen lo indecible por serlo. Hablan con palabras rebuscadas y términos legales que confunden a muchos pero a otros les encanta porque piensan que suenan inteligentes. Son el nuevo fenómeno casi infalible ante los medios de comunicación: los abogados que litigan sus casos en la prensa.
Son los Mayra López Mulero de la vida. Los Antonio Sagardía. Los Manny Suárez, Pablo Colón, Ernie Cabán, Edwin Prado, Jorge Gordon, Harry Padilla, Michael Corona, Eliezer Aldarondo, Marcos Rivera, Pedro Ortiz Álvarez, Roberto Iglesias, Harry Anduze, Marc Anthony Bimbela y muchos otros.
Es que son muchos. Algunos, son mis amigos bien queridos, otros, conocidos. Algunos son excelentes, sencillamente geniales, inteligentes y astutos que gozan de un prestigio indiscutible tanto en los tribunales como ante el público. Otros, gozan de prestigio mediático pero casi no ganan en corte. Unos cuantos son ineptos, pero aparentan lo contrario.
Lo cierto es que la prensa les cree, los sigue y los legitima, aunque digan disparates. De hecho, la misma prensa ha creado estos fenómenos otorgándole un ‘standing’ a veces cuestionable en temas en los que deberían usar para comentar a expertos de otros campos como la psicología, la consejería, la sociología o el trabajo social. ¿Por qué convierten en autoridades a los abogados y no a los maestros, o a los trabajadores sociales, especialmente en casos de alto interés público? ¿Cambiaría el enfoque noticioso?
Uno de los primeros casos criminales ventilados por televisión fue el de O.J. Simpson en el 1995, con el que se hicieron famosos abogados como Robert Shapiro, Johnnie Cochran, Robert Kardashian y otros. A partir de entonces la cobertura noticiosa de casos criminales en los Estados Unidos cambió y aumentó dramáticamente. El año pasado, casos como el del juicio contra Casey Anthony acapararon la atención mediática, no solo de la prensa tradicional, sino de tabloides y hasta blogueros diariamente. Casos como el de Jerry Sandusky, George Zimmerman, Drew Peterson y James Holmes han tenido igual cobertura.
Cuando se trata de casos de alto interés público, a veces los abogados están obligados a hablar con la prensa para contrarrestar especulaciones que pueden afectar el caso porque los jueces están viendo las noticias. Asimismo, los jurados potenciales pueden hacerse de una opinión y eso hay que evitarlo.
El problema es que pocos abogados dominan el arte de hablar en mensajes cortos y no logran comunicarse adecuadamente. Piensan que hablar frente a una cámara de televisión es lo mismo que dar un ‘opening statement’ en el Tribunal, y hablan y hablan, y al final, el mensaje no se recuerda porque no fue ni breve ni contundente. Esto también abona a que se fomente un ambiente circense que no ayuda al sistema de justicia del País y pone en desventaja a los que no tienen acceso a los medios informativos.
Parte del problema es que muchas veces los abogados piensan que son expertos en todo, incluyendo en la comunicación y en el manejo ante la prensa, y descartan adiestrarse en temas de comunicación. Rechazan el asesoramiento profesional de relacionistas. Los que lo aceptan, suelen convertirse más rápido en abogados mediáticos que no tienen que ser ellos mismos los que ruegan a los periodistas que los entrevisten. Eso les gana reputación, prestigio y clientes.
Yo no sé dónde está el pecado, si en los abogados busconeando pautas o en la prensa que los adoran. Lo cierto es que los abogados deben recordar que su profesión se rige por unos Cánones de Ética, especialmente el número 36 que habla sobre la publicidad y el cuidado que deben tener de autoelogiarse, de reclamarse como peritos o dar la impresión pública de que pueden influenciar en un Tribunal.
Esto me lleva a otro tema. ¿Por qué hemos convertido a los abogados en nuestros líderes, en analistas, pensadores y dueños de la sabiduría eterna? No tengo nada en contra de los abogados. En realidad vivo rodeada de ellos. Algunos son clientes, y muchos, amigos bien cercanos. Mi problema está en el protagonismo y en que fomenten los circos mediáticos con sus clientes. Y recuerdo lo que dice el Canon 38: “El abogado deberá esforzarse, al máximo de su capacidad, en la exaltación del honor y dignidad de su profesión, aunque el así hacerlo conlleve sacrificios personales y debe evitar hasta la apariencia de conducta profesional impropia”.
(NOTA: Esta fue mi columna semanal de hoy, 29/8/12 en El Vocero - http://www.vocero.com/litigando-en-la-prensa-los-abogados-mediaticos-opinion/)
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