Siempre he
repudiado los ataques a los periodistas y el intento de manipulación e
intimidación de los centros de poder, llámese gobierno, empresa privada o políticos.
Estoy en récord.
Y siempre he
sido clara en deslindar lo que es la libertad de prensa de lo que es la
libertad de empresa. Son dos cosas distintas. Hay que
defender la libertad de prensa siempre porque para que una democracia
funcione, el pueblo tiene que estar informado. Sin embargo, siempre también he
dicho que en Puerto Rico lo que existe es la libertad de empresa, que permite a
los dueños de los medios publicar sus líneas editoriales.
Como ex
presidenta del Overseas Press Club, como miembro fundadora del Centro para la
Libertad de Prensa en Puerto Rico, como miembro de la junta en los Estados
Unidos del National Association of Hispanic Journalists y miembro activo de la
Asociación de Periodistas de Puerto Rico durante tantos años, siempre defendí
la libertad de prensa, de libertad de expresión y del derecho del público a
estar informados. Mi defensa fue pública en escritos, en comparecencias a
foros, ante la Legislatura y en casos que llevé a los tribunales. a nivel estatal y a nivel federal. Mi récord
está ahí a través de los años.
También como
ex periodista del diario El Nuevo Día, donde laboré por poco más de 10 años de
mi vida, defendí la libertad de prensa incluso con mi seguridad personal. Que
conste en récord que fui una de los únicos cinco (5) reporteros cuyos trabajos
periodísticos e investigaciones sobre corrupción gubernamental provocaron el
coraje del entonces Gobernador Pedro Rosselló, quien canceló las pautas
publicitarias en El Nuevo Día.
Fui perseguida
y atacada sin compasión, también fui víctima de vejámenes por miembros de la
administración Rosselló y secretarios de su gabinete en cada conferencia de
prensa, en cada foro al que asistía, e incluso fui víctima de agresiones físicas
por parte de turbas de seguidores políticos. Algunos de esos mismos
funcionarios que me atacaban y azuzaban a las turbas a que hicieran lo mismo, están hoy en la administración
de turno.
El Departamento de Hacienda me investigó en el carácter personal en tres ocasiones en un mismo año, recibí llamadas intimidantes y tenía vehículos que me vigilaban a diario o individuos que me seguían incluso cuando iba de noche a cursar estudios de maestría en la Universidad de Puerto Rico tratando de que cogiera miedo.
Intentaban con esos ataques que detuviera las investigaciones sobre corrupción en
la Autoridad de los Puertos, en el Banco Gubernamental de Fomento, en la
Administración para el Financiamiento de la Infraestructura, en la Compañía
Telefónica que luego fue vendida a precio de quemazón, en el Departamento de
Educación, y en la Legislatura.
O sea, que yo
sí sé lo que son los intentos de intimidación para tratar de que dejara de
investigar la corrupción porque lo viví en carne propia. De esto sí puedo
hablar. Y mucho.
Como resultado
de la demanda que incoó El Nuevo Día contra la administración Rosselló fui la
única periodista de ese diario que estuvo por más días deponiendo frente a una
decena de abogados del gobierno, encabezados por Andrés Guillemard hijo, quien
incluso tuvo la osadía de preguntarme en qué partido político militaba.
En otras
palabras, yo sí puedo hablar de lo que pasó porque lo viví. Y lo viví quizás
como ningún otro reportero de esa época porque estaba en la calle, no en una sala
de redacción.
También viví
la decepción que muchos otros periodistas de ese diario y de la prensa en
general sintieron cuando los dueños de El Nuevo Día llegaron a un acuerdo con
la administración Rosselló que fue sellado al público y cuyas estipulaciones no
se divulgaron, ni si quiera a los periodistas involucrados.
Nadie puede decir que recibí beneficio alguno – ni en forma económica, ni en asensos en el trabajo ni bonificaciones que nunca llegaron ni fueron buscadas – por haber enarbolado la bandera de defensa de la libertad de prensa. Mi defensa fue por principios y por ética.
Por eso, y por
muchas otras razones más, sé de lo que estoy hablando.
A pesar de que
mi decepción de aquel momento, siempre me mantuve firme en que a la libertad de
prensa hay que protegerla de ataques y de intentos de intimidación. No por los
periodistas, que nunca deben ser el eje de la noticia, sino por el pueblo que
tiene el derecho a estar informado sin cortapisas ni límites. Un pueblo sin
información es un pueblo destinado a desaparecer.
Me fui de El
Nuevo Día en el 2004 porque no veía futuro profesional para mí en ese medio, y
porque entendí que era el momento de un cambio, lo que tomó por sorpresa a
todos en esa redacción. Me fui sin mantener ningún tipo de vínculos ni si quiera como
columnista o colaboradora del medio, como hacen muchos. No lo pedí ni tampoco
me fue ofrecido ni me ha sido ofrecido al día de hoy.
Fundé junto a mi
amigo, otro destacado periodista y fundador de la desaparecida Unidad de
Investigación de El Nuevo Día, Pepo García, la firma de relaciones pública que
aún tenemos y en la que nunca hemos tenido clientes de partido políticos alguno
ni de ninguna administración de gobierno. Nuestros clientes siempre han sido de
empresa privada y vivimos tranquilos sin tener dedos amarrados con ninguna
administración gubernamental.
Por eso, puedo
hablar con tranquilidad de espíritu porque no tengo ni tuve ni he tenido dedos
amarrados con nadie.
Con la libertad de espíritu que siempre me ha caracterizado puedo decir que rechazo los ataques que ha venido haciendo el presidente del Senado Thomas Rivera Schatz contra los periodistas de El Nuevo Día y de Primera Hora, y posteriormente, con la familia Ferré Rangel.
Igualmente
rechazo los ataques que se han hecho contra otros medios noticiosos en el país,
como lo es Diálogo, Radio Universidad, WIPR, Radio Isla y muchos otros.
Rechazo
también, que se pretenda mezclar lo que es la libertad de prensa con los
negocios, fundaciones o intereses particulares de los dueños de los medios
noticiosos, como en este caso sería el Museo de Arte de Ponce, que sin duda, es
una aportación cultural invaluable al país. Sin embargo, entiendo que son cosas
distintas.
Para que
conste en el récord de este blog "En Blanco y Negro con Sandra"- cuyo objetivo es presentar y analizar todos
los temas relacionados al periodismo y las comunicaciones – destaco que el diario cibernético NotiCel que
fue el primer medio en abordar este tema en la nota que publicaron titulada “Enarbola
legado de Ferré ante ataque de Rivera Schatz” en el link: http://www.noticel.com/noticia/120181/enarbola-legado-de-ferre-ante-ataque-de-rivera-schatz.html
También copio
de manera íntegra el editorial que publicó el domingo María Luisa Ferré Rangel
sobre la polémica entre su familia que son dueños de los diarios El Nuevo Día y
Primera Hora, con el presidente del Senado Thomas Rivera Schatz.
Mi análisis sobre lo que está detrás de Rivera Schatz, y lo que dijo o
dejó de decir María Luisa Ferré Rangel, se publicará mañana, tras mi
participación en la sección En Blanco y Negro con Sandra en el programa radial
de El Azote (WKAQ 580). Esa será la "Parte 2" de este tema de libertad de prensa.
A
continuación, el editorial de María Luisa Ferré Rangel:
Unas semanas
antes de morir…
Unas semanas antes de morir, ya en el hospital, mi
abuelo me tomó de la mano y me pidió que le prometiera dos cosas. Me sorprendió
la fuerza que tenía todavía, a pesar de
que su vida se iba apagando poco a poco. Mirándome a los ojos me dijo: “No me dejes morir,
que tengo mucho por hacer todavía. Mi
cuerpo me traiciona, sé que no puede más,
pero mi espíritu, mi mente y mi
alma están tan jóvenes”. ¿Qué le
contesto?, pensé.
¿Le miento y
le digo que no lo voy a dejar morir? ¿Le digo que va a estar bien y que en unos
días va a salir del hospital?
Lo único que
se me ocurrió fue decirle que él no estaba solo, que si su cuerpo lo
traicionaba, como un día nos pasará a todos, dejando de funcionar, su espíritu
iba a vivir eternamente. Que no sintiera miedo. Que su hermana lo iba a estar
esperando.
Entonces me
dijo: “Pues tú tienes que continuar mi obra más importante. No abandones el
Museo. Mi mejor legado. Lo más importante que yo he hecho en mi vida. Prométeme
que lo vas a cuidar y te vas a asegurar de que va a seguir sin mí”. Y fue
entonces que le hice esa promesa.
Llevo siete años
como presidenta de la Junta de Síndicos de la Fundación que lleva el nombre de
mi abuelo. Han sido siete años de mucho
trabajo para garantizarle un futuro a este Museo que trascienda la figura de
mi abuelo, mi persona o mi familia. Mi misión ha sido
prepararla para que pueda durar muchos años
más, luego de que yo no esté aquí. El Museo de Arte de Ponce es hoy no
solo un patrimonio de Puerto Rico, sino que trasciende las 100 x 35 millas de esta isla y se ha convertido en un
patrimonio del mundo. Es reconocido, no por nosotros sino por sus pares, como
uno de los mejores museos existentes.
Mi abuelo
nunca compró pensando en él. Es decir, en enriquecerse él, pero sí compró con
pasión lo que le gustaba, lo que encontraba bello. Lo compró con su dinero, producto de su trabajo
y esfuerzo personal, pero todos los cuadros que compró los puso a nombre de la
Fundación Luis A. Ferré, para garantizar que esos cuadros no se usaran por
nadie para enriquecerse personalmente, ni
para alimentar egos privados. Siguió la trayectoria de su amigo Nelson
Rockefeller y decidió abrir un museo para que fuera el pueblo de Puerto Rico el
beneficiario de su legado, no su familia.
Los cuadros
del Museo solo se pueden vender para comprar otras obras de arte. La operación
del Museo, de su planta física, sus programas de arte, los salarios de los
empleados, los programas educativos, tienen
que ser financiados mediante donativos, galas, venta de boletos,
entrada, etc. Ese es el gran reto para mantenerlo abierto.
La realidad es
que yo dirijo la Junta de Síndicos, que la componen otros 11 miembros de la
sociedad civil.
Pero yo no soy
la que verdaderamente trabaja día a día en este Museo. Hay un grupo de
profesionales de todas partes del mundo,
algunos que conocieron a don Luis y otros que no lo conocieron, pero que se
enamoraron de su obra, que son los que día a día cumplen con la promesa que yo
le hice a él. Ellos son los que siete días a la semana abren las puertas del
Museo y honran la memoria y el legado de su fundador. Son también custodios de
su legado los cientos de voluntarios, artistas y donantes que
desinteresadamente nos donan su tiempo, su talento, su dinero y sus obras para mantener viva esta institución, y son
los visitantes los que hacen que este Museo cumpla con su misión de expandir
nuestros horizontes y tocar nuestras almas, para demostrar que en el lenguaje universal del arte todos
somos iguales y podemos superar nuestras diferencias para poder admirar lo que
es capaz de hacer o producir un ser humano. Que el amor al arte trasciende
barreras ideológicas, culturales, sociales, económicas y nos permite vernos de
una forma distinta.
A ellos, mis
compañeros de viaje, les pido disculpas. Pues es por culpa mía que hoy atacan
al Museo. Que hoy lo amenazan con desestabilizarlo económicamente en represalia
por yo hacer mi otro trabajo. Es por culpa mía que hoy mancillan el nombre y el
prestigio de mi abuelo y de la institución que él fundó.
El presidente del Senado ha decidido nuevamente
mentir, al aseverar que el Museo pertenece a la familia Ferré. Él sabe, porque
es abogado, que las fundaciones sin fines
de lucro no pertenecen a nadie. Él sabe que lo que está diciendo no es
verdad. Que los cuadros no nos pertenecen y que nunca hemos recibido
personalmente un centavo del dinero que el
gobierno, y otras instituciones como el National Endowment for the Arts y el Mellon Foundation, nos dan.
Si estas instituciones de prestigio internacional creyeran que el Museo es
privado, para el beneficio personal de una familia, no nos apoyarían con sus
fondos y, mucho menos, la American Association of Museums nos diera su
acreditación. Somos la única institución acreditada por esta asociación en
Puerto Rico.
Thomas Rivera
Schatz ha decidido atacar al más débil, la obra
más importante de don Luis Ferré, como represalia para poner presión
para que este medio, del cual soy editora y mi familia es dueña, no continúe
investigando a sus amigos corruptos. No continúe preguntando qué se hace con el
dinero del pueblo de Puerto Rico.
Creo que mi
abuelo, si estuviera vivo, sentiría tanto dolor como siento yo hoy, al ver su
legado amenazado por una vendetta personal de este señor contra su familia.
No le basta a
Thomas Rivera Schatz llevar tres años insultándonos, denigrándonos, acusándonos
de corruptos y de pillos sin enseñarle a nadie una sola prueba de lo que dice.
No le basta con intentar amedrentarnos con amenazas como ‘Que nos va a llevar presos, que nos
tiene velados, que nos preparemos para
lo que nos viene encima’. Son fuertes amenazas.
No le basta
con ataques personales para tratar de intimidar a los periodistas que solo
hacen su trabajo. O no le basta con negarles acceso a información pública para
que así no puedan hacer lo que tienen que hacer.
No le basta a
Thomas Rivera Schatz usar su violencia verbal y hostigarnos a diario en los distintos programas de radio para
insultarnos en nuestro carácter privado. No es solo al medio, ya son insultos
personales, difamaciones y amenazas a los derechos que nosotros tenemos como
individuos y ciudadanos.
Será que
piensa que porque soy mujer puede maltratarme verbalmente y manchar mi nombre y
hostigarme hasta decirme tecata, pilla, maldita, filibustera y corrupta. Es tan violento su discurso que no
sé si es un intento de exhortar a la violencia física. Creo que, si pudiera,
como buen macho inseguro de su hombría me pegaba para probar que él es más
fuerte que yo. Quizás sus puños pegan más
fuerte y yo no pueda defenderme. Pero yo tengo la palabra como arma. La palabra
libre, la palabra clara, la palabra que no tiene miedo, pues tiene la
conciencia tranquila.
Como no
puede taparme la boca ni encerrarme en mi casa, se esconde detrás de
su inmunidad parlamentaria para atacar, pensando que bajo esta protección puede
desenfundar toda su rabia contra nosotros sin miedo a ser acusado de violar lo
que a mí, a mis hermanos y a mis periodistas
sí nos cobija: la Constitución de Puerto Rico y la de los Estados
Unidos, que garantizan nuestros
derechos. Ya su descontrol es tal que ha declarado públicamente que
utilizará el poder del gobierno en contra nuestra.
Rivera Schatz
no sabe que al hacer eso viola la ley. No hay inmunidad que lo cobije. Hay dos
casos legales que claramente sientan jurisprudencia al prohibir que
funcionarios públicos exploten la autoridad que les confieren sus cargos para
hostigar, amenazar o presionar a ciudadanos o negocios por lo que puedan decir
o publicar.
El presidente
del Senado reclama que ejerce su derecho a la libertad de expresión cuando nos
ataca. Sin embargo, los tribunales han sido claros en señalar que cuando
funcionarios públicos “insinúan castigos, sanciones o acciones reglamentarias punitivas,
destinadas sobre aquellos que publican información que no es de su agrado (como
él ha hecho por los últimos tres años), violan la ley”.
Quizás Rivera
Schatz piensa que está por encima de la ley. Quizás piensa que, como soy mujer,
me van a temblar las piernas o quizás piensa que al quitarle el dinero al Museo
de Ponce conseguirá que El Nuevo Día deje de hacer su trabajo.
Si él quiere
castigar al Museo quitándole el apoyo económico que el gobierno le da, que
recaigan sobre su conciencia las consecuencias. Si él quiere justificar darles
el dinero que siempre se le ha dado al Museo de Ponce, como dijo el senador
Larry Seilhamer en su comunicado, a los Centros Sor Isolina Ferré que tanto
ayudan a Puerto Rico y que tanto necesitan también, es mejor que dárselos a
Roger Iglesias en contratos. Si se trata de prioridades, y no castigo, creo que
los $5 millones que se le dan al Sistema Universitario Ana G. Méndez, una
institución sin fines de lucro, para destinarlos a la Biblioteca Pedro Rosselló,
se los deben dar también a los Centros Sor Isolina Ferré o a la Casa Protegida
Julia de Burgos.
Thomas Rivera
Schatz ha decidido crear ante el pueblo
una imagen de mí y de mi familia basada en especulaciones, en odios y en
resentimientos. Si Thomas Rivera Schatz tiene evidencia de todo lo que dice, yo
lo insto a que la haga pública, a que se la envíe al secretario de Justicia
y que nos refiera a las autoridades
federales; que pruebe con la verdad todo lo que dice.
Que deje de
insultar y amenazar y actúe contra
nosotros, pero que deje tranquilo al Museo de Arte de Ponce, que nada tiene que
ver en este asunto.
Que use todo
su poder contra el más fuerte y no contra el más débil que no se puede
defender.
Thomas Rivera
Schatz no me conoce. Pero yo soy nieta de mi abuelo. No heredé su pasión por la
política, tampoco sus habilidades musicales, pero sí heredé su determinación de
no claudicar ante lo que creo que es
injusto e inmoral. Tengo su tesón y su perseverancia. Y los gritos y los
ataques y los insultos y las amenazas no me asustan.
Si Thomas
Rivera Schatz y todos los senadores del Partido Nuevo Progresista quieren
quitarle los fondos al Museo de Ponce, serán cómplices silentes de una
injusticia, pero no sin antes escuchar las indagatorias y las expresiones de
indignación de muchos.
El Museo de
Ponce no está solo. El espíritu de mi abuelo habita en él. Esa fue su promesa
también.
María Luisa
Ferré Rangel
Presidenta de la Junta de Directores y Editora
de El Nuevo Día
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