El Papa vuelve a Cuba. Pero es un Papa distinto y una Cuba, que aunque tiene el mismo sistema fidelista como ellos llaman internamente al socialismo isleño, también es distinta a la vez anterior. Lo que no cambia en esto es el rol que tienen los periodistas y la prensa en la difusión de este evento.
Se espera que
la visita del Papa Benedicto XVI genere gran atención mediática, especialmente
ahora con la Internet y las redes sociales, pero estoy totalmente convencida de
que jamás será igual a lo que pasó con la visita de Juan Pablo II. Aquella vez
no sólo fue histórica, sino podría decir que hasta casi mágica. O mejor dicho,
algo al estilo de lo que la literatura describe como lo real maravillo.
Era un pueblo
digno pero ávido de que el mundo se abriera a su realidad. Era un Papa más
humano y más cercano. En esta ocasión, es un Papa sin el mismo carisma, frente
a un pueblo cada vez más vilipendiado por el sistema, no sólo comunista, sino
por el capitalista que los tiene donde están.
No, la visita
de Benedicto XVI pautada para los días 26 al 28 de marzo de 2012 no es más
nunca lo que pasó cuando Juan Pablo II fue a Cuba en el 1997.
En aquel
momento ví las señal de esperanza en las caras de cientos de cubanos en casi
todos los puntos de esa isla que creían que la visita del Papa polaco traería
cambios. Ví también el tono ansioso, pero serio de los religiosos que no
querían que nada empañara el viaje religioso-político. Y ví las caras de los
funcionarios del gobierno con ansias de lograr aperturas económicas, el
derrumbe del embargo y que la prensa internacional demostrara cómo se vive de
verdad en Cuba. Pero también vi como todos – religiosos, políticos y pueblo –
se desilusionaron e indignaron cuando la noticia del año y de la década quedó
empañada por el chisme sexual de Mónica Lewinsky y el presidente americano Bill
Clinton. Los periodistas americanos se marchaban en manadas, como reses, detrás
del chisme sexual.
Yo lo sé
porque yo estuve allí y ví lo que pasó.
Competí contra
más de 4,000 periodistas de los grandes conglomerados mediáticos del mundo y
conseguí entrevistas exclusivas que fueron publicadas también en medios como la
revista Time, el diario The New York Times y casi todos los periódicos en
América Latina.
Hace 16 años
estuve en Cuba preparándome y haciendo el camino para la visita de Juan Pablo
II. Los preparativos para ese viaje los comencé en el 1996 y durante todo el
1997 estuve en contacto directo con la Iglesia Católica en Cuba, con el
gobierno cubano y el de Washington para lograr los accesos. El Papa Juan Pablo
II viajó en enero de 1997 y en ese momento yo era reportera del periódico El
Nuevo Día. Mi acompañante era el fotoperiodista Ismaelito Fernández y nuestro
guía y amigo cubano, Luis Benito.
En ese
entonces el pueblo cubano – tanto en la Isla como en el exilio – tenía la
esperanza de que el encuentro del gobernante Fidel Castro con el Papa abriera
puertas y derrumbara barreras. Nada se dio.
Bueno, en parte. A partir de entonces hubo una mayor apertura hacia la
religión, especialmente la Iglesia Católica, pero se mantuvo el sistema
político que hoy dirige el hermano de Fidel, Raúl Castro.
Visité en
aquel entonces casi todas las provincias de la Mayor de las Antillas. Llegué a conocer Cuba casi tanto como Puerto
Rico y me enamoré de la hermosura del país y su gente, más no del sistema.
Entrevisté
desde cubanos regulares, hasta decenas de disidentes, líderes de casi todas las
religiones, artistas y músicos, científicos y los máximos líderes de la
política cubana. Hice amistad con muchos de ellos que son casi idénticos a
nosotros. Me sentía estar en Puerto Rico porque somos casi idénticos. Casi.
Como parte de
la cobertura visité todos los medios de comunicación del gobierno, desde el periódico
Granma y la agencia Prensa Latina, hasta Radio Rebelde y muchos otros, incluso
en las provincias. Hice reportajes sobre los disidentes, la pobreza, las
ciencias, el arte y casi todos los temas habidos y por haber. También reporté
sobre el turismo allá y provoqué la ira del entonces director de la Compañía de
Turismo, y hoy Gobernador Luis Fortuño, quien se molestó porque publiqué la
inversión publicitaria de los destinos. En el 1997 Puerto Rico gastó $44
millones en publicidad para atraer turistas y vinieron aquí 1 millón de
personas, casi todas provenientes de Estados Unidos. Ese mismo año, en Cuba
gastaron $6 millones y recibieron poco más de 1 millón de visitantes, en su
mayoría europeos. Un año más tarde, cuando Fortuño viajó a Cuba con Adolfo
Krans y otros empresarios, me llamó para
excusarse y admitir que yo que tenía razón al decir que Cuba era la mayor
amenaza para el desarrollo turístico de Puerto Rico. Cosas de la prensa, que
critican hasta que se dan cuenta del error. Fue sabio de su parte reconocerlo.
Logré unos accesos
impensables para el periódico El Nuevo Día, que por sus posturas históricas a
favor del exilio cubano, tenía demasiadas puertas cerradas en el gobierno
comunista. Pero gracias a la tenacidad, las muchas fuentes y a los amigos logré
abrir puertas incluso en el Comité Central de la Revolución. Entrevisté a
varios ministros e hice amistad con el presidente del Parlamento, Raúl Alarcón,
quien fue el primero en hablar del futuro de Cuba sin Fidel. Esa entrevista para
El Nuevo Día me ganó premios y fue publicada en las revistas Time y en Newsweek.
Logré incluso
el permiso del gobierno cubano para que El Nuevo Día abriera una oficina de
corresponsalía en La Habana, que en ese momento sólo tenían medios como CNN o
Prensa Asociada.
Fue gracias a
esos esfuerzos que todas las coberturas posteriores de El Nuevo Día se lograron
y se siguen logrando, aún hoy, tantos años más tarde, porque trabajé publicando
lo bueno y lo malo, con respeto y con balance. Publiqué todos los bandos y me
gané el respeto de a Iglesia y de los gobiernos de La Habana, de Washington y
aquí.
La semana
previa a la llegada del Papa, El Nuevo Día me envió refuerzos porque Cuba es
tan grande y la agenda era tan intensa que no íbamos a poder competir. (Nunca
podemos olvidar que la isla de Puerto Rico cabe poco más de 13 veces en Cuba). Se
nos unieron la entonces reportera y hoy abogada, Carmen Edith Torres, y el veterano
fotoperiodista Tito Guzmán.
Nosotros
cuatro competimos con las grandes cadenas. Prensa Asociada, por ejemplo, tenía
a más de 30 reporteros cubriendo el evento. ABC, NBC y CBS alquilaron pisos
enteros en los hoteles y tenían un promedio de 80 personas en la isla. Pero los
reyes eran CNN, Televisión Española y la Televisión Cubana. Las tres tenían
acceso exclusivo a los lugares de la noticia y trato preferencial de las
autoridades cubanas porque después vendían las imágenes al resto del mundo.
Nosotros 4
logramos planificar y competimos con todos esos medios. Estuvimos en los mismos
sitios de los “reyes” y hasta la reconocida periodista de CNN Cristiane
Amanpour se sorprendió que siendo de “Puerto Rico” estuviéramos en todas
partes. Me decía: “You are everywhere”, y yo reía. Cubrimos los 13 eventos en
los que participó el Papa. Cubrimos las protestas, los arrestos a disidentes y
otros temas controversiales. Fuimos los primeros en publicar que a los
puertorriqueños, especialmente a varios periodistas de la TV boricua les habían
negado las visas, y estuvimos allí para recibirlos en el aeropuerto.
Con Ismaelito
cubrí la llegada del Papa y todos los eventos en La Habana, para partir en un
avión de Cubana que me destrozó los nervios hacia Santiago, para cubrir las
incidencias allá. Carmen Edith y Tito se marcharon a cubrir los eventos en las
provincias de Santa Clara y Camaguey.
De regreso a
la Plaza de la Revolución en La Habana vimos multitudes detrás del Papamovil, y
gracias a la intervención de la Seguridad del Estado, Carmen Edith y yo salimos
airosas de una avalancha de personas que querían acercarse al Santo Padre.
Yo había
gestionado una entrevista con Fidel para ese momento, pero gracias a la
intervención de un periodista cubano que entonces laboraba en la cadena
Telemundo de Miami, cuyo nombre me reservo porque era un gusano, la entrevista
se canceló. El periodista se enteró de la movida y lo dijo en su reportaje al
aire, razón por la cual me cancelaron mi entrevista. Algo parecido me hizo el
mismo maldito reportero dos años después, en la República Dominicana en un
viaje que dio Castro y ganas no me faltaron para golpearlo. Pero esa es otra
historia.
La Lewinsky y Clinton
Estando en La
Habana, una tarde, me tocaba entrevistar al VicePresidente Carlos Lage. Antes
que yo iba un reportero del diario The Washington Post, pero dejaron al cubano
esperando. Lage me adelantó la entrevista, pero estaba visiblemente molesto
porque los americanos se iban. Esa entrevista sólo duró 30 minutos, cuando las
de Alarcón duraban entre tres y cuatro horas.
Había
reventado el escándalo de la becaria que tuvo una relación con Clinton, y los
periodistas americanos corrían despavoridos al aeropuerto a buscar vuelos o para
marcharse en sus aviones privados.
En ese momento
me di cuenta de que en la prensa se daban cambios fundamentales. No es que no cubrieran la noticia de Clinton,
pero me preguntaba por qué dejar un evento histórico en Cuba, cuando todos los
medios tenían reporteros en Washington. Un periodista de CNN me dijo que era
porque al americano promedio no le interesaba la pequeña isla caribeña y sí
cualquier escándalo sexual de su presidente.
Yo lo llamé
entonces la “espectacularización” de la prensa. Si, era un disparate, pero
quería significar que para los periodistas todo lo escandaloso era noticia, y
las noticias trascendentales, se perdían.
Con la salida
de cientos de periodistas, el ímpetu de los funcionarios cubanos bajó. Los
religiosos no. Seguían con sus programas, pero quizás un poco más tranquilos
para enfocarse en el aspecto de la fe.
La última misa
del Papa en la Plaza de la Revolución se dio en medio de figuras casi míticas:
la imagen del Che Guevara a un lado, la estatua de Martí a un lado y un enorme
Sagrado Corazón al fondo. Juan Pablo II lucía cansado, viejito, pero al llegar
a la tarima se cargó de energía.
Jamás olvidaré
el frío que de pronto recorrió toda la zona. Los periodistas que estábamos allí
nos sorprendimos por el viento que venía de atrás, como si fuera de la imagen
del Sagrado Corazón. En el público, muchas
personas se confesaban, otras pedían perdón por haber abandonado la religión y
muchos otros no entendían lo que allí pasaba. Yo captaba a Gabriel García
Márquez, junto a Fidel y Raúl en la primera fila mientras Juan Pablo II repetía
en su homilía la frase de “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a
Cuba”.
Fueron días
intensos en inolvidables.
Gané muchos
premios y reconocimientos por la cobertura de la visita de Juan Pablo II, vi
cual era el interés de la prensa americana y sus líneas editoriales.
Pero lo más
que recuerdo fue a la gente. Experimenté las mismas carencias de los cubanos.
La falta de comida, medicinas, higiene y ropa que sufren aún los cubanos
contrasta con el lujo y las comodidades que se brindan a los extranjeros.
Recorrí con mis compañeros una Cuba comunista, patriótica y orgullosa de la
Revolución, desde la falda de la Sierra Maestra hasta el corazón de La Habana y
fui testigo de cómo es esa sociedad y de lo mucho que nos parecemos los
puertorriqueños a los cubanos.
Fue un trabajo
inolvidable e irrepetible. Por eso no tengo la menor duda de que a visita de
este Papa jamás será igual a la anterior.
Hola, apenas tenía 10 años durante aquella visita histórica del Papa pero leí la extensa cobertura y la recuerdo como si fuera ayer.
ReplyDeleteRecuerdo que la usé como preparación para un viaje que hice en esos días a la Habana con mi familia. Encontré una Cuba que aunque orgullosa de su revolución, estaba ávida de una evolución. El papa le dio esperanza al pueblo cubano, ilusión que se desvaneció un tiempo despueés. ... BTW ¿que pasó con la corresponsalia que abrió el periódico en la Habana?
No se concretó el hacer una oficina permanente porque en eso empezó la demanda contra
ReplyDeleteEl gobierno de Rosselló