El aire huele a sal, a metal
retorcido, y a una desesperanza tan densa que apenas permite respirar. La
memoria de la tormenta, que aquí llamamos huracán María, no es solo un
recuerdo; es una cicatriz profunda en el alma de Puerto Rico, y un eco que
ahora, con escalofriante nitidez, resuena desde las costas de Jamaica.
Hace ya años, me encontré de
pie en la oscuridad. El único hilo de luz y voz en un país paralizado. Recogí
esas noches de vida y muerte al micrófono en mi libro de 2018, "Bitácora
de una transmisión radial". (Trabalis Editores) No fue un acto de
heroísmo, sino una obligación moral que me dictaba el corazón, la de ser el
último faro en la noche para miles. Cada transcripción era un alarido de
desesperación, una súplica, un susurro de vida. Y a veces, como bien recuerdo,
mi voz se quebraba, se ahogaba en la impotencia de no poder dar más que
palabras a quien lo necesitaba todo.
Lloraba en la penumbra de la
cabina, no por el miedo personal, sino por la rabia de ver cómo la miseria se
convertía en oportunidad para los corruptos. Recuerdo como si fuera una
bofetada cada vez que escuchaba las mentiras oficiales, las cifras de muertos
que bailaban entre el descaro y el cinismo, mientras nosotros, los periodistas,
sabíamos que la verdad yacía enterrada bajo miles de escombros y cuerpos sin
contar. Decían que eran 4,645 y al final, se transo por la cifra de 3,000 almas
al final. Un holocausto en cámara lenta.
Y hoy, mientras en Puerto Rico volvemos a encender las luces y a contar nuestras bendiciones, mis pensamientos se hunden en el corazón de Jamaica. Melissa, otra fuerza de la naturaleza con nombre de mujer, ha pasado dejando tras de sí un rastro de destrucción incomprensible. Va ahora rumbo al sureste de Cuba, un país que tanto me marcó en la vida y en mi carrera de periodista.
Mi amigo Rubén me lo preguntó
desde Boston: "Me pregunto si esta noche hay una Sandra Rodriguez Cotto
transmitiendo sosiego e información por la radio allá en Jamaica..."
La pregunta se clava como una
astilla helada. No dudo que hay otros, gente para mi anónima de la radio con la
garganta seca y el corazón en la mano. Pero, ¿sobrevivirán ese monstruo?
Me imagino el miedo, la
desolación. La desesperación por el silencio de los seres queridos. ¿Estarán
pasando frío? ¿Hambre? Pienso en nuestros viejos, en nuestros niños, atrapados
por la maleza y los caminos rotos. Esa necesidad incomprensible, ese abismo de
no tener agua ni voz. Eso mismo lo viven ahora ellos allá en Jamaica y Cuba.
Y pienso que aquí es donde
reside la importancia sagrada de la prensa en momentos de emergencia: no solo
informar sobre la ruta de la tormenta, sino ser el cordón umbilical que une la
vida. La voz que exige cuentas al poder, que fiscaliza la ayuda, que no permite
que la corrupción se alimente del dolor ajeno. Es el deber de quebrarse
la voz para que la ayuda llegue, de gritar la verdad, aunque el mundo esté a
oscuras.
Y es precisamente desde esta
profunda herida compartida que surge el llamamiento de solidaridad desde Puerto
Rico. No podemos quedarnos quietos ante este eco de nuestra propia tragedia. La
única manera de honrar lo que vivimos con María es recordar para actuar.
Cada puertorriqueño que
experimentó la desesperación del silencio, que sintió el sabor del arroz con
latas o la angustia de la fila por la gasolina, sabe exactamente lo que siente
una madre jamaiquina esta noche. Esa conexión emocional no es solo tristeza, es
un motor de empatía que debe convertir nuestra memoria en un llamado: tu dolor
pasado es el puente para entender y aliviar su dolor presente.
Para una periodista como yo, el
rol ahora es doble: ser un faro de conciencia y una voz para los que han
enmudecido. Desde la cabina o la pluma, debemos informar sobre la situación
crítica en Jamaica y, al mismo tiempo, fiscalizar la respuesta global. ¿Están
llegando los recursos? ¿Hay transparencia?
Mi plataforma no debe limitarse
a contar, sino a darle voz a la desesperación de Jamaica, exigiendo que su
angustia no se convierta en una nota de pie de página olvidada por la
indiferencia internacional. Hay que actuar con intención: canalizar la ayuda a
través de organizaciones serias, donar con el recuerdo de lo que aquí se
necesitó (filtros de agua, baterías, kits de primeros auxilios), y sobre todo, honrar
su lucha enfatizando su resiliencia. No son víctimas; son sobrevivientes que,
al igual que nosotros, se levantarán de las ruinas.
Que mi "Bitácora" no
sea solo la historia de Puerto Rico, sino el manual de supervivencia y el
llamado a la acción para todos los que, en la noche más oscura, necesitan saber
que no están solos. El Caribe es un solo corazón latiendo en el mismo mar, y
ahora, ese corazón llora por Jamaica.

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