(Nota: 80 Grados republicó este obituario con el que quiese honrar a este gran amigo días después de que lo publiqué en este blog. Al leerlo allí, volví a sentir ese dolor del vacío. Ese saber que su presencia inmensa ya no estará más. De verdad que voy a extrañarte Ismaelito. Loco y bocón como eras, pero maravilloso y único. http://www.80grados.net/ismaelito-nunca-te-olvidare/ )
Ismael Fernández (Foto El Nuevo Día) |
Una sucesión de imágenes grabadas en el tiempo
pasó por mi mente cuando recibí la llamada que me avisó de su partida. Como si fueran instantáneas de momentos
inolvidables, uno tras otro, me regresan a esos días, meses y años laborando
juntos en viajes, en entrevistas, en reportajes. Muchas risas. Vuelos en
helicópteros y viejos aviones que casi se venían abajo. Bailes de salsa y
guaracha en innumerables fiestas en Puerta de Tierra, La Habana o Santiago, en
las que él era el alma y la música para todos. Peleas por escoger el ángulo de
noticia sin dejar de ser los primeros en la acción. Conversaciones largas. Él
con su Tanqueray o con un Don Q en mano, yo con mi Black Label, ahogábamos las
penas o el estado de shock cuando veíamos cuerpos de niños muertos o la pobreza
extrema, y había que reportarlo. Primeras planas. Muchas primeras planas. Premios.
Memorias. Los recuerdos llegan a mi mente y como si fuera el clic de su cámara, me bajan las lágrimas
sin parar. Se me acaba de ir mi amigo Ismaelito.
Me lo dijeron hace un rato y aunque temía que eso
podía pasar, todavía no lo creo. Por eso lo evoco. Recuerdo nuestras aventuras
como si fueran hoy, porque un ser como Ismael Fernández es difícil de olvidar.
Estaba en la entrada del departamento de
fotografía, y corrí allí para decirle un secreto. Había recibido una invitación
desde Cuba. Era la primera invitación oficial que recibía El Nuevo Día porque la
entrada de personal del periódico a la mayor de las Antillas había sido vedada
por el gobierno de Fidel Castro, molesto por la línea editorial de directores
como Carlos Castañeda y Chú García. Pero yo había logrado lo imposible. Iría a
Cuba y el único que lo sabía era quien sería mi compañero, mi compinche, mi
amigo… Ismaelito.
“Lo conseguí Ismaelito”, le dije, casi
susurrando, y él me regaló esa sonrisa de oreja a oreja tan suya, y le
brillaron los ojos. “Lo sabía. Tenías la cara de que lo ibas a conseguir. ¿Cuándo
nos vamos?”, me preguntó. Ahí estaba el primer reto. Tenía que decírselo a los
jefes, justificar la noticia, y convencerlos de que me dejaran ir, aún sin
tener la permanencia como empleada en ese periódico. Yo llevaba sólo par de
meses en El Nuevo Día como reportera de negocios. Entonces Ismael, listo como
era, hizo una de las suyas. Fue y le contó mi invento a su jefe, el gran
fotógrafo Luis Ramos, y con su respaldo, fuimos ante los jefes grandes a
convencernos de que nos dejaran ir a Cuba.
Habíamos recibido una invitación formal de la
Universidad de La Habana y de varios medios cubanos gracias a un profesor de
comunicación boricua, quien estaba estudiando por allá. Ese profesor y
publicista es hoy conocido como el Doctor Shopper, Gilberto Arvelo. Así fue
como Ismaelito entró por primera vez de manera oficial, con permiso e invitación
de los cubanos. Años antes había ido con Pepo García y otros reporteros a un
evento deportivo, y en el clandestinaje hicieron algunos reportajes, pero esta
vez sería legal y tendría libertad de hacer lo que quisiera a nivel periodístico.
Era su sueño y el mío porque viajaba con un veterano que tenía igual pasión que
yo por buscar cosas nuevas, ese deseo de contar mil historias y revelar lo que
otros no veían.
En ese primer viaje juntos, fuimos a más de 50
iglesias y como 10 procesiones. Lo llevé a templos evangélicos, fuimos al
barrio Chino, a la iglesia episcopal, al centro Martin Luther King, y una noche
oscura, en esas sinuosas calles de La Habana Vieja, lo hice parar el carro
frente a una casa donde celebraban un culto a los orishas y a Santa Bárbara. Si
él era osado, tenía que aguantarme a mí que le seguía los pasos, con la
diferencia de que él buscaba el ángulo, tomaba las fotos, y salía rápido. Yo me
tenía que quedar hablando y entrevistando gente. A Ismaelito no le gustaban
esos temas de santería y en realidad estaba harto de tanta religión, pero sabía
que teníamos que hacerlo porque era la embocadura noticiosa para la cobertura
que se daría año y medio más tarde, con la visita del Papa Juan Pablo II. Y por
ese afán de relatarlo todo, de acompañarme en la locura de ir a sitios distintos,
y buscar todos los ángulos, logramos que la cobertura noticiosa de la visita
del Papa no sólo fuera original, sino distinta. Por más que intentaron emularla
años después otros reporteros cuando fueron otros pontífices a Cuba, jamás fue
tan especial como aquella que hicimos Ismaelito y yo, y a la que luego se unieron
como apoyo Tito Guzmán y Carmen Edith Torres. http://enblancoynegromedia.blogspot.com/2012/03/el-papa-en-cuba-mis-anecdotas-de-la.html
Recuerdo que en ese viaje logramos poner a
Ismaelito en el área exclusiva para sólo 3 medios: Televisión Cubana, RAI y CNN,
pero allí también colamos a Ismaelito gracias a las conexiones que conseguimos en
nuestros viajes previos. Por eso sus fotos de ese evento fueron mejores que las
de la inmensa mayoría de la prensa internacional. En realidad todas sus fotos eran
excepcionales. Siempre.
Sus fotos fueron increíbles, porque tenía un
ojo único. Y así de único era él. Fuera en el lugar más difícil o en la conferencia
de prensa más insulsa, con el atleta más arrogante o el político corrupto, Ismaelito
siempre traía la mejor foto. Por eso se labró una de las carreras más
impresionantes en la historia del periodismo en Puerto Rico, y especialmente,
en el periodismo moderno.
Captó dignatarios, personalidades y gente
común. Cubrió elecciones, crímenes,
desalojos, eventos deportivos y toda una gama de imágenes en las que siempre se
destacaba el género humano en su máxima expresión. De hecho, gran parte de la
historia de Puerto Rico de los últimos 40 años está grabada en sus fotos.
A lo largo de su trayectoria recibió
innumerables premios, incluyendo el que le concedió el Rey de España, por una
foto de una mujer lactando a su bebé en Culebra, tras el paso de un huracán. Y sus colegas fotoperiodistas y algunos
reporteros siempre le recordamos porque solía poner a la gente a posar para las
fotos, algo que no le gustaba a la inmensa mayoría que buscaba imágenes en movimiento.
Pero en las poses, Ismaelito creaba acciones para contar lo que acontecía, y esa
narrativa visual también es un estilo de
periodismo gráfico que pocos logran conseguir.
Pero para ser un buen fotoperiodista, se tiene
que ser buen periodista primero, y eso también lo fue. Ismaelito leía, se preparaba,
preguntaba. No se conformaba con las cosas superficiales. Hurgaba, y esa
curiosidad lo ayudaba a narrar mejor en las imágenes que luego captaba en
fotos.
Recuerdo también fue uno de los que primero acuñó
el término de “fotoperiodista” tan común aquí. En Cuba, con un amigo que él
tenía y yo detestaba porque después resultó agente de la seguridad del estado,
fue que por primera vez Ismaelito escuchó el término. Allá en la agencia Prensa
Latina les llamaban “fotorreporteros” e Ismaelito comenzó entonces a llamarse a
sí mismo y a sus colegas acá “fotoperiodistas”.
Porque eso eran y son, periodistas en fotos, gráficas e imágenes.
Ese mismo término lo usó en lo que fue su
proyecto más querido y ambicioso, el Taller de Fotoperiodismo.
En sus comienzos era una escuelita en la que
los fotógrafos del país y algunos reporteros, nos dábamos a la tarea de enseñarles
el oficio a niños y jóvenes para sacarlos de la calle o ayudarlos a ver más
allá de la pobreza. Esa obra social y comunitaria creció hasta convertirse en
lo que es hoy, pero comenzó como un sueño de Ismaelito y varios compañeros que
siempre entendieron que el verdadero periodista tiene que tener un compromiso
mucho más allá del medio o incluso la noticia. Es un compromiso con la
sociedad. Ismaelito lo hizo, ayudando a rescatar jóvenes o dándoles las
herramientas para que vieran a través del fotoperiodismo, la redacción o el
periodismo, una oportunidad y un modo de vida. Por eso de ese Taller de Fotoperiodismo
han salido muchos de los actuales periodistas.
Recuerdo otra ocasión en la que nos tocó viajar
a la República Dominicana tras el paso del huracán Georges. Nos habían dicho
que el una represa colapsó y las aguas arrastraron dos comunidades en la zona
de San Juan de la Maguana, cerca de la frontera con Haití.
A Ismaelito todavía se le dificultaba montarse
en helicópteros luego de que tuvo un accidente que le fastidió una pierna
cuando el que viajaba cayó al mar. Así que me tocó convencerlo para que se
montara conmigo y me la ingenié. Viajamos hasta el lugar de los hechos porque cubrir
la noticia era su misión. Cuando llegamos, fue horripilante la escena y
recuerdo que permanecimos horas callados los dos hasta que de pronto él me dijo
“Ok, pal’carajo. Vamos a hacer otra cosa porque no vamos a resolver nada con
esta tristeza”. Lo que él no sabía era que las fotos suyas y mi nota salió en
el periódico El Listín en Santo Domingo y generaron una controversia enorme,
que hizo que el entonces presidente Lionel Fernández, ayudara a esas
comunidades.
Al día siguiente, nos fuimos a San Pedro de Macorís,
y en el barrio Pedro Justo Carrión, multitudes caminaban en calles inundadas
bajo tres pies de agua. El único lugar seco era un parque de pelota y allí
bajamos de nuevo en helicóptero. Entonces Ismaelito llegó a una casa y tomó una
foto en la que las cuatro personas extendieron las manos por entre unas rejas,
pidiendo comida. Como él sabía que yo me iba a poner a llorar se las ingeniaba
para hacerme reír y aliviarme el estrés. Entonces me dijo: “Esa foto es que saqué un billete de cinco
pesos y querían los chavos”.
Así era Ismaelito. Era un chiste. Era un
tremendo tipo. Realmente no puedo recordar un momento en que tuve algún coraje
o molestia con él porque cualquier diferencia la sanaba con un sentido del
humor único. Por eso era querido por políticos de diversas ideologías, por la
competencia y por sus compañeros.
Cuando había una fiesta, él siempre era el
centro. Si no la organizaba, estaba entre los primeros en el lugar. Tenía el
don de unir gente porque era como un imán. Se disfrutaba la vida y el periodismo.
Era un chiste, y un hermoso ser humano. Maestro, compañero, amigo.
Hoy me siento de profundo luto. Pienso en su
gran compañera Nilka, en su nena Mara y en sus demás familiares, y no sé qué decirles. Me duele el
alma. Tampoco sé por qué me han llamado tantos compañeros periodistas a
preguntarme sobre Ismael. Quizás saben que lo quise mucho.
Cuando dejé de ser reportera en el 2004, el único
que me reprochó fue Ismaelito. Me dijo que me equivocaba y me regañó. Varias
palabras soeces me dijo, y yo callé. Yo sabía que esto iba cambiando y él sabía
que era verdad. Cuando coincidíamos en eventos ahora en mi rol de relacionista,
se sonreía. Y siempre me decía, “vuelve”. Difícil en este momento.
La última vez que hablamos ya él se había
retirado del periódico y lo noté triste. Me dijo que nunca dejaría de reportar
ni se alejaría del oficio. Yo sonreí. Lo entendí perfectamente porque esto se
lleva en la sangre. “Algún día vas a volver, como yo”, me dijo. “Quien sabe”,
respondí y me dijo algo que jamás olvidaré: “Siempre habrá alguien que cuente
las historias y capte las noticias. Eso siempre lo habrá”. Tienes razón Ismael,
siempre lo habrá. Pero no habrá nadie que las cuente como tú.
Nunca te olvidaré Ismael. Vuela alto.
Sandra
23 de agosto de 2016
Algunas notas sobre
Ismaelito:
El Nuevo Día:
Primera Hora:
NotiCel:
El Vocero:
Metro:
Ay Sandra, mi más sentido pésame. Qué hermoso lo que aquí cuentas.
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