Empiezo con un cliché: “La familia puertorriqueña está dividida”. No sólo
por el divorcio, la emigración o la politiquería. No. Es mucho más que eso. Hay
mucha división por la “Familia”. Me refiero a la tarjetita esa que da el
Departamento de la Familia que nos divide cada día más entre las clases
sociales. Ahora se dividen entre las que la tienen porque la necesitan, y las
que no la tienen porque no la buscan o no cualifican, y entonces odian a los
que la poseen.
A esos les da una clase de rabia que a algunos les provoca decir malas
palabras, o les da maldecir a los políticos. A muchos les da un enfogonamiento,
con la letra c, que no se debe publicar. Muchos callan ese coraje, pero cada
día son más los que lo expresan, como pasó en días recientes en la red social
de Facebook y que generó cientos de comentarios.
Todo comenzó cuando un joven trabajador narró en su Facebook que estaba en
una fila de un supermercado esperando su turno y frente a él iba una pareja que
compró hasta bebidas alcohólicas con la Tarjeta del PAN. Al leer sus
expresiones pensé en que ir al supermercado evidencia esa desigualdad que se
está gestando de manera más clara cada día entre los puertorriqueños y que
provoca ira. No es culpa de los supermercados ni sus dueños, ni por lo que
compramos allí. El culpable es sistema. Es la colonia que nos tiene así.
El muro de este hombre en Facebook leía: ¨Este país está cada día peor. Yo
gasté $15 en sólo un par de cosas porque no me sobra el dinero aunque trabajo prácticamente
todos los días. Y al frente mío un tipo más gordo que yo (y eso que soy robusto
y de huesos grandes) y su señora, ella con uñas esculturales y el pelo acabado
de hacer, comprando con la tarjeta de la Familia un ‘comprón’ que debe durar
por lo menos dos meses, y se compraron cerveza y hasta Smirnoff”. Leyendo eso
yo me imaginaba al hombre grande poniendo un montón de artículos frente a la
cajera y cuidadosamente subiendo sus cajitas de cerveza, mientras la esposa
cogía otras con cuidado, cosa que sus uñas esculturales de esas con dibujitos y
un color distinto en el dedo anular, no se le partieran.
“A esta clase de personas, si les van a dar la tajera los deben poner a
hacer labor comunitaria o algo parecido porque eso no es justo. ¡Cuántos
viejitos deben estar ahora mismo con hambre y esos bambalanes con la tarjeta de
la Familia y su Smirnoff!”, concluía el mensaje en Facebook.
A partir de entonces, su muro se llenó de reacciones y fue copiado por
muchos otros. “Róbale al gobierno. Ladrón que roba a ladrón tiene100 años de
perdón”, escribió uno. “Esa compra la pagamos tú y yo”, decía otro. “Puerto Rico lo hace mejor”, ó “Asi na más. Las
ayudas deben ser para el que trabaje, no darlas al que pare como coneja”.
Otro escribió: “Recuerda que ellos votan y son más. Lo que era la clase
media ahora es la clase baja. ¨Ellos¨ subieron a clase media y no han sentido
ningún cambio en la economía ya que le regalan dinero, tienen subsidios y hasta
Plan 8”,. Y así seguía uno tras otro criticando.
Comenté que se supone que la tarjeta de la Familia sólo se use para
alimentos y que he visto en supermercados a cajeras que respetuosamente le
indican a familias que no pueden comprar bebidas ni cigarrillo con la tarjeta
porque la ley lo prohíbe. Aun así, muchos violan la ley y esto queda impune
porque el sistema trabaja así. De lo contrario, esta colonia que es el ELA
hubiese colapsado antes. El problema ahora, es que esto ya no aguanta mucho más.
Tiene que darse un cambio político, más allá de los partidos y los candidatos.
Tiene que venir el amo a decidir qué hacer con los esclavos, pienso yo.
Con la debacle económica de los últimos 10 que ha provocado tanto
desempleo, se ha ampliado la pobreza y marginación. Sé muchas familias han
tenido que recurrir a buscar esta ayuda económica porque, sin trabajo, es lo
único que tienen para comer. Ya la vergüenza por pedirla ha ido desapareciendo
por la desesperación.
Sin embargo, es imperativo que las autoridades y la sociedad entera
reconozcan que este beneficio se tiene que fiscalizar. Es innegable que hay
toda una generación que se acostumbró y piensan que se merecen ese beneficio
sin dar nada a cambio. Hay muchos que la necesitan, pero muchos otros que
abusan. La pobreza no es indignante pero el mantengo
descarado sí.
Esta columna salió en El Vocero el 11-12-14
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