(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el 4 de mayo de 2016 - http://www.noticel.com/blog/189808/puerto-rico-tiene-el-sindrome-de-la-mujer-maltratada.html )
Puerto Rico tiene el síndrome de la mujer maltratada. Vivimos enajenados
de lo que nos golpea de frente, no caemos en cuenta ni mucho menos
combatimos la violencia que nos tiene como pueblo en un estado de
indefensión. Nos tienen con la bota puesta en la cara, y nosotros en el
piso, sumisamente aceptamos que nos sometan, que nos maltraten y que nos
humillen sin decir mucho.
Y aunque hay quien diga que esto es una exageración, la verdad es
que quien es maltratado acepta las cosas por miedo. Eso explica nuestras
contradicciones como pueblo. Por eso es que parece inexplicable que
mientras el Gobernador anunció el tercer impago de la deuda pública que
dejará a miles de puertorriqueños en estado crítico y sin dinero para
vivir de sus pensiones, a muchos no les importó. Siguen pensando en que
se acabó la telenovela Fatmagul. Pasa igual con los que callan y
aplauden que se gasten $42 millones en unas primarias y en el escrutinio
electrónico, cuando ese dinero bien se podría usar para pagar a los
terapistas o para ofrecer servicios necesarios.
Vivimos fuera de
la realidad. La economía por el piso, pero pensamos que ya mismo viene
maná del cielo y los americanos mandarán millones en fondos. Así como la
mujer maltratada desea que haya una solución mágica para sus problemas,
nos creemos que esto es transitorio hasta que venga el próximo
gobierno. Pensamos que la crisis estructural se va a resolver con par de
pesos. Los malabares de los políticos pasan a segundo plano porque
vivimos dormidos. Los que no se drogan, se automedican, y los que no
hacen eso, se van de shopping aunque tengan las tarjetas trepadas al
máximo. O se van pensando que Orlando es Disney y que fácilmente vivirán
en un mundo mágico al salir de aquí.
Como sucede cuando una persona es víctima de violencia de
género, los puertorriqueños tenemos depresión generalizada. Con sólo
sintonizar la radio am por 15 minutos al día y leer titulares de la
prensa el 90% de lo que recibimos es negativo. Eso, a su vez, abona al
clima de pesimismo y baja autoestima colectiva. Y esto afecta a todos
sin importar el sexo ni la clase social. Como colectivo tenemos
vergüenza, desamparo y culpa.
Aceptamos todo sin cuestionar por
nuestra condición política porque se nos ha inculcado que la identidad
del puertorriqueño es dócil. Como es una isla de menos de 100 por 35
millas, sin ríos navegables, que cabe 13 veces en Cuba, pensamos
chiquito. Creemos que lo de afuera es mejor, no confiamos en nosotros
mismos.
Porque de eso es que se trata el ciclo de la violencia.
Se nos inculca que somos menos. Somos boricuas cuando un artista canta y
le aplauden, pero no para pararse de frente y exigir derechos, sin
miedo. Estamos sometidos, doblegados como pueblo. No nos respetamos a
nosotros mismos. Es como si existiera una sensación de culpabilidad,
que si no nos portamos bien viene el cuco del americano y nos quita la
ciudadanía. Como protestamos contra la Marina en Vieques somos
antiamericanos y nos merecemos que Obama se lave las manos como Pilato y
que el Congreso republicano nos haga el mismo caso que le hacen a una
mosca en la pared. No nos dejan radicar una quiebra ni renegociar la
deuda pública, pero nos obligan a depender casi en la totalidad de los
productos y alimentos más caros que nos venden los americanos porque que
tienen monopolio de la importación y de la marina mercante.
Nos
dan fondos federales y, como pasa cuando un maltratante regala flores y
da besos después de dar una paliza, nos creemos que esto cambiará.
Tenemos un ojo hinchado y una costilla rota por los golpes, pero el
maltratante nos inculca que es él quien nos mantiene y nos regala fondos
federales, pero no acepta ni dice que se lleva más del doble del
dinero que nos da en ayudas.
Puerto Rico no se atreve a tomar
decisiones por miedo a que su pareja lo castigue. Es como si nos
conformáramos con los golpes. Por eso el temor y pánico a cualquier
tipo de cambio se apodera del pueblo, como pasa con las víctimas de la
violencia, porque no tenemos control sobre nuestro destino. Y como el
que recibe violencia de manera sistemática, tenemos sentimientos
encontrados. Aunque odiamos ser agredidas, también pensamos que nos lo
merecemos porque hemos sido culpables de los golpes. O sea, si se nos
impone la Junta Fiscal es porque nosotros gastamos de más en el
gobierno, no porque se acepte que ellos son los dueños de la colonia y
hacen aquí lo que les plazca.
Hay que romper el ciclo del
maltrato. Hay que cerrar la puerta y empezar de nuevo. Hay que crear un
nuevo país en donde se valore lo de aquí por encima de lo de afuera. Hay
que promover la autogestión, la valentía, el compartir. Hay que volver a
ser solidarios en vez de ver al otro como un enemigo. Hay que pararse
en seco y decidir trabajar. empezar de nuevo. Hay que crear un nuevo
país en donde se valore lo de aquí por encima de lo de afuera. Hay que
promover la autogestión, la valentía, el compartir. Hay que volver a ser
solidarios en vez de ver al otro como un enemigo. Hay que pararse en
seco y decidir trabajar.
Por eso tengo fe. Aunque el pesimismo
parece colectivo, sé que hay una generación de jóvenes y otros no tan
jóvenes que se cansaron. Que no quieren seguir en la zona del confort y
consideran humillante vivir del mantengo. Confío en esos que no se
quitan y que aceptan. Sé que son muchos que saben que para salir del
ciclo del maltrato, lo primero que hay que hacer es reconocerlo. Buscar
un nuevo horizonte.
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