Periodista independiente en Puerto Rico

Monday, February 15, 2016

Junta fiscal y racismo


 

(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el 10 de febrero de 2016 - http://www.noticel.com/blog/186451/junta-fiscal-y-racismo-video.html)



Todo el mundo habla de la Junta Fiscal que impondrán sobre Puerto Rico, pero de lo que no se habla es de cuán racista podría llegar a ser esa junta fiscal. No se habla porque no se comprenden las dimensiones geopolíticas que representa el dominio absoluto de las mayorías económicas dominadas por blancos sobre latinos, negros y pobres como en esencia somos los puertorriqueños, porque aquí el racismo sigue siendo un tabú. No se acepta.

En la prensa y en los medios no se contempla el hecho de que hay elementos en la política estadounidense que no confían ni quieren saber de las minorías y mucho menos de lo que consideren negros, hispanos o inmigrantes. Los puertorriqueños caemos en las tres categorías para ellos, aunque aquí la mayoría se niegue a aceptarlo.

Somos la minoría sobre la que mandan y buscan volver a tener el control total. La propuesta junta fiscal tendrá poder unilaterales de mandar sobre el gobierno, eliminar servicios a la población, despedir trabajadores, cerrar agencias y municipios, reducir pensiones de empleados, cancelar contratos, eliminar convenios colectivos, descartar lo que diga el gobernador, y aquel que se queje, se niegue a participar o cuestione lo que hagan, puede ser enjuiciado con cargos criminales.

La junta fiscal que van a imponer podrá controlar la economía y tomar prestado usando de colateral escuelas y carreteras pero el gobierno de los Estados Unidos no tendrá obligación alguna con esa deuda. Al menos eso es lo que dice el proyecto del Senado 2381 del republicano Orrin Hatch. Es como si fuéramos los negros esclavos en la época colonial y ellos, como los amitos blancos, dándonos latigazos como le venga en gana, hasta cansarse.

Por eso, hay que preguntarse, ¿quiénes allá son los que quieren la junta fiscal? Mírenles las caras y comprobarán que allí no hay de esas “caras lindas de mi gente negra”, como dice la canción de Tite Curet. No. Allá son versiones del Tío Sam, y a algunos se les ve ese gesto que no se puede ocultar y que parecería hablar que lo que sienten son deseos de ponerse una capucha blanca para salir a quemar cruces al estilo Ku Klux Klan. Algunos, no todos, aclaro, son racistas porque es un reflejo de su historia.

Y aunque el prejuicio no sólo viene de los blancos, viene también de algunos negros hacia otros más pobres y especialmente los hispanos, no se puede negar que está ahí. Aún con la presencia por dos términos de un presidente multiétnico como es Barack Obama, el asunto de las disparidades raciales y los prejuicios en los Estados Unidos es cada día más crítico cuando vemos, por ejemplo, que siguen en aumento los ataques a musulmanes y prevalecen los disturbios raciales en las grandes ciudades. Es en ese clima, y con esos prismas con los que se analiza el caso de Puerto Rico.


Estos son temas medulares, raíces del problema de desigualdad, pero no se comentan en los medios.

Los periodistas no preguntan de este tema y los comentaristas no lo discuten en la radio porque para todos los efectos, la idea de que en Puerto Rico no hay negros y no hay discrimen está clavada en las mentes colectivas a juzgar por las actitudes de la gente. Si en el Censo no se reconocen como negros, ¿qué se puede esperar de las instituciones sociales y de la discusión pública? 

Puerto Rico es profundamente racista y prejuiciado, y la primera manifestación es negarse a admitir lo que somos. Como no admitimos que somos negros latinos pobres,  menos vamos a mirar o a entender cómo los otros nos ven.

Eso explica en parte la ausencia del tema negro o afroamericano que abunda en los medios de comunicación en la metrópolis pero sólo aparece en los medios en Puerto Rico cuando se conmemora el día de la abolición de la esclavitud. Cada 22 de marzo los medios recuerdan la historia de los africanos, de esa esclavitud que existió aquí por 373 años, que hubo varios líderes políticos negros como Celso Barbosa y Ramos Antonini, o hacen la eterna pregunta “cliché” de cuántos negros y negras están en las altas esferas políticas y de poder.

También explica la ausencia de explicaciones de temas que son de alto interés en los Estados Unidos. Fíjense por ejemplo en el hecho de que mientras en los Estados Unidos y Canadá en febrero se celebra todos los años el Black History Month (o el mes de la herencia negra),  y aquí no se habla de eso. Menos se menciona que uno de los padres del movimiento de afirmación de los negros allá fue precisamente el puertorriqueño Arturo Alfonso Schomburg .

O sea, no conocemos nuestra historia. Como no entendemos las conexiones entre lo que es la marginación, la pobreza y el discrimen, y no las combatimos, se tratan como si no existieran.

Irónicamente, si se proyectara lo que le pasa a Puerto Rico y lo que el gobierno federal quiere hacer como un asunto de racismo, de discrimen racial y étnico, más allá del tema del estatus, quizás para el americano común fuera un issue importante que llamaría la atención.

El problema está en que nadie quiere aceptarse por lo que es. ¿Por qué ninguno de los candidatos a la gobernación habla de este tema? Porque no lo identifican. No lo ven porque la negritud es sinónimo de pobreza, y es sinónimo de minoría y nadie quiere hablar de eso. Todos quieren ser blancos americanos, pero allá no los ven así por más millones que tengan o por más blanca sea su tez.

Si se hiciera, se comprendería que allá hay temor. Los americanos tienen miedo de que la crisis económica boricua les afecte a sus bolsillos. Miedo a que más puertorriqueños sigan emigrando, pero como somos ciudadanos americanos y no pueden construirnos el muro que propone Trump en la frontera con México, nos van a controlan con una junta fiscal.   Para evitar que sigamos aumentando en números allá en el reino mágico de Orlando y seamos cada vez más decisivos electoralmente, están deseosos de imponer rápido su control salvaje sobre los ingobernables puertorriqueños.

Mientras el enfoque noticioso en Puerto Rico no incluya el elemento étnico y racial en el análisis, y mientras los políticos puertorriqueños lo sigan aceptando con tanta sumisión, nos seguirán tratando como esclavos. Entonces, no se harán las preguntas básicas como qué consecuencia tiene el que alguien de afuera, con creencias, valores e intereses ajenos a los nuestros nos venga a decir qué hacer.

Y mientras  menos se incluya el ángulo de los prejuicios y el racismo que todavía hoy están presentes entre los estadounidenses,  y cómo éstos influenciarán las determinaciones que tomarán en su día aquellas personas que sean nombrados a esa junta fiscal para mandar en Puerto Rico, la sorpresa nos dará en la cara.

Lo triste es que con la junta fiscal volveremos todos a ser esclavos del amo. Y como esclavos nos obligarán a decirles a ellos aquella frase célebre de la protagonista de la novela brasilera Xica Da Silva: “Señor Comendador, a su merced”.


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