Por invitación reproducimos un importante comentario escrito por el reconocido profesor Eliseo Colón-Zayas donde nos invita a reflexionar sobre la comunicación y semiótica de Bad Bunny,
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| Bad Bunny |
(NOTA: Leerán a continuación uno de los comentarios más puntuales de la semiótica que presenta Bad Bunny en su serie de conciertos en Puerto Rico con el título de “Debí tirar más fotos”. Fue escrito por el reconocido profesor e investigador Eliseo Colón-Zayas. No se trata de un análisis académico, sino más bien, sus ideas en forma de bosquejo que reproducimos aquí con su autorización, ya que él es una autoridad en el tema de la semiótica y la comunicación.)
BAD BUNNY Y SU MUSEO VIVO DEL EXCESO
Llegar al concierto de Bad Bunny, Debí tirar más fotos, en su segunda
semana no fue sólo asistir a un espectáculo. Fue, en gran medida, acudir a la
culminación de un evento que se desarrolla en múltiples espacios y a través de
diversas pantallas, especialmente las de los celulares, desde donde accedemos a
las redes sociales.
10 y 11 de julio -Del jibaro al jet-set
El evento mediático que comenzó el día anterior al 11 de julio (onomástico de San Benito), día del primer concierto, me daba a entender que Debí titar más fotos no era simplemente una serie de conciertos, sino que estaba ante un evento de alta carga simbólica, donde se condensan tensiones políticas, afectos comunitarios, intervenciones mediáticas, e intereses comerciales. Las pantallas del día anterior y las de los canales TDT (televisión digital terrestre) momentos previos a comenzar el primer concierto mostraban a un personaje, Bad Bunny, actuando como agente de resignificación. Las fotos de la residencia, las piragüas, las frutas tropicales, el café y el avioncito de JetBlue condensaron una serie de signos, entre muchos otros, que funcionan como marcadores de identidad.
Por ejemplo, JetBlue (otrora Trans Caribbean) y Adidas son patrocinadores y operadores simbólicos. JetBlue aparece como el puente entre la isla y la diáspora, legitimando la movilidad mientras refuerza la centralidad de Puerto Rico como destino afectivo. Son pantallas que muestran que el dispositivo enunciativo de la residencia está cuidadosamente estructurado.
Bad Bunny habla desde sí mismo como embajador afectivo de la nación puertorriqueña. Las publicaciones de medios como Recording Academy o Secret Los Angeles en Facebook reafirman su lugar como mediador simbólico entre lo global y lo local. En las imágenes, la voz enunciadora se desplaza: a veces es JetBlue quien habla en nombre del artista; otras es Adidas, pero mantienen el marco afectivo-narrativo: Puerto Rico es el centro. Se produce una polifonía donde la enunciación se diversifica, pero el punto de vista se mantiene territorializado.
19 de julio – Bad Bunny y su museo o “tableau-vivant”·del exceso
Anoche en un Choli funcionando como dispositivo de consagración cultural, el espacio vacío preparado para el evento que vi antes de llegar a mi asiento revelaban la magnitud del acontecimiento que iba a presenciar. La vaciedad escénica de ese primer momento al ver la representación del Cerro Mime de Orocovis, al menos se me pareció, no era carencia, sino promesa: un lugar donde se (re)producirá la identidad. “Debí tirar más fotos” no fue sólo un concierto. Fue una exposición viva de imágenes saturadas, símbolos cruzados, emociones amplificadas y referencias culturales en cortocircuito. Continuando con la tradición literaria caribeña, este show fue puro neobarroco caribeño: un mundo donde todo convive, todo brilla y todo se repite con ironía y belleza.
El concierto de Bad Bunny, Debi tirar más fotos, se construye a partir de seis ejes narrativos claramente estructurados. Abre con un pre-concierto con una primera narrativa publicitaria donde citas citables sobre Puerto Rico y personajes puertorriqueños se entrelazan en una gigantesca pantalla tipo con publicidad. Una vez comienza el concierto las canciones se agrupan para organizar los restantes 5 ejes narrativos: 1) la plena y la bomba; 2) el bolero; 3) el cortometraje en la nieve; 4) la llamada del sapo concho a Bad Bunny que da pie a la fiesta de reguetón y música urbana en marquesina en la residencia y la llamada que cierra la fiesta de marquesina; 5) el homenaje a la salsa y los salseros.
1. Frases educativas sobre Puerto Rico se mezclan con anuncios de ron, perfumes y aerolíneas. Historia patria + marketing global = ironía visual. Es un zapping cultural convertido en ceremonia.
2. Tradición folclórica escenificada como espectáculo pop. Repetición rítmica, colores tropicales, luces modernas: una coreografía de la memoria, pero domada para el escenario.
3. Un bolero en tonos violeta, con estética de videoclip retro, melodrama kitsch. No es el amor auténtico: es el amor hiperestetizado. Un bolero como archivo emocional reconstruido para TikTok.
4. Un Sapo Concho en pijama llama desde un paisaje nevado. Esto es heterocronía total: invierno nórdico insertado en el Caribe tropical como un morfismo fantástico y mito posmoderno: mezcla de cuento navideño narrado por Jacobo Morales y fábula taína pop.
5. Una marquesina convertida en templo del reguetón. Escenografía hiperrealista, neones, vecinos bailando. Aquí hay carnavalización urbana y ruptura de la cuarta pared: el barrio entra al espectáculo, y el ídolo baja del escenario para ser uno más.
6. Con vestuario y pose de salsero clásico, Bad Bunny invoca a los íconos. Calabrese vería esto como metaficción musical: no es sólo homenaje, es acto de reencarnación simbólica. La salsa como archivo nacional performado.
Estamos ante un archivo saturado, una estética del exceso, una fiesta de contradicciones: lo jíbaro y lo global, lo bolerista y lo queer, el Sapo Concho y la jet set.
Bad Bunny no organiza un concierto: dirige una ópera visual neobarroca, donde cada imagen es un signo flotante, un chiste visual, una reverencia a lo nuestro, y un guiño al algoritmo.
Como diría el teórico Omar Calabrese: vivimos una era donde lo real ya no importa tanto como su copia amplificada. Y ahí, ¡Benito es maestro!
Eliseo Colón Zayas es una autoridad en el análisis de la comuniación. Conozco a Eliseo hace años e incluso, hasta tomé una clase con él en la entonces Escuela de Comunicación Pública, que ahora se llama Facultad de Comunicación e Información en la de la Universidad de Puerto Rico. Fue incluso director de esa Escuela, donde se desempeñó por años como catedrático, investigador y profesor.
Es considerado una autoridad en
el análisis de la semiótica (el estudio de los signos, cómo funcionan, cómo se
producen y cómo se interpretan), la comunicación y estética, el discurso
publicitario y los estudios culturales.
Posee un bachillerato de Duquense University y maestría y doctorado de la Universidad de Pittsburg. Es autor, además, de varios libros sobre temas de su especialidad, así como de artículos y ensayos sobre temática comunicacional y cultura, publicados en revistas especializadas y periódicos.
Ha publicado, entre otros
títulos, Gusto Latino (2009); Medios Mixtos: Ensayos de Comunicación y Cultura
(2003); Publicidad y Hegemonía, Matrices Discursivas (2001); Archivo Catalina,
Memorias Online. (2000); Publicidad, Modernidad, Hegemonía (1996); El teatro de
Luis Rafael Sánchez: Códigos, ideología y lenguaje (1985); Literatura del
Caribe: antología (1984); Ritmos y Melodías (1983).










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