(NOTA: Esta fue la columna publicada originalmente en NotiCel el domingo, 18 de marzo de 2018 al cumplirse los seis meses del paso del huracán María por Puerto Rico - http://www.noticel.com/opiniones/blogs/en-blanco-y-negro-con-sandra/6-meses-mordindonos-la-lengua/717290687)
El día que Donald Trump nos tiró con un rollo
de papel toalla, había que responder su desplante mandándolo a las ventas de ese sitio tan emblemático al sureste de África. El gobierno
aquí tenía dos opciones: darse a respetar o morderse la lengua. El gobierno se
dobló, y Trump marcó lo que iba a suceder. Trazó cuál iba a ser su forma de
bregar con nosotros los puertorriqueños, que era tratarnos a patadas.
El pueblo esperaba que el Gobernador Ricardo
Rosselló le dijera “Don’t push it”,
como hizo su padre a los americanos en otro momento histórico, pero no. Decidió
morderse la lengua. Y ese acto simbólico de asumir sumiso lo que digan, se
replica en el pueblo. Si el pueblo ve a sus líderes mordiéndose la lengua,
imita esa conducta porque no hay de otra. Si el que tiene poder, está con
miedo, ¿qué puede hacer el que no lo tiene? Ese efecto en cadena se nota en
estos seis meses después del huracán María.
Rosselló ha estado errático desde entonces, y
el pueblo se muerde la lengua. Por seis largos meses llevamos aguantando, o más
bien, sobreviviendo, para no mandar a ese sitio que queremos a los ineptos que
han manejado esta crisis. Por ineptos no me refiero únicamente a los dirigentes
dde Energía Eléctrica o de Manejo de Emergencias, Salud, Educación y otras
agencias. Hablo también de los insensibles invisibles del gobierno federal.
Esos que no dan cara pero nos matan a cuchillo de palo por la espalda,
permitiendo que continúe la jauja de contratos y la botadera de dinero, o
haciéndose de la vista larga ante casi 200 días sin luz, o más de 130
carjackings en un mes.
No podemos olvidar que los federales pararon
todo lo que llegaba a la isla cuando cerraron los puertos y aguantaron la
gasolina sin necesidad, y teníamos que hacer filas de horas largas para poder
llenar los tanques en los carros. Íbamos a los pocos supermercados que estaban
abiertos, y los estantes vacíos. No había comida. No había mercancías. Todo
estaba controlado por FEMA y la gente entró en pánico. Encima de eso ibas al
correo a buscar algo que algún familiar o amigo te enviaba desde los Estados
Unidos, y los paquetes llegaban rotos, si es que llegaban.
Si tuviste la suerte de que no se voló el techo
de tu casa, pensabas que podías volver a la normalidad, pero no fue ni es así.
Las escuelas cerradas, o convertidas en refugios. Las carreteras incomunicadas,
tuvo la gente que empezar a moverse porque el gobierno no actuaba. Todavía es
la hora que no ha ayudado algunas áreas como Patillas o Yabucoa. Estabas preso
en tu propio hogar o refugio porque después pusieron el toque de queda, y ese
no poder salir sin tener miedo a que te choquen el carro sigue, porque todavía
los semáforos no tienen luz. Todo ese ambiente alteró los nervios de la gente.
En esos primeros días las ayudas no llegaban a
tiempo. Era un ambiente hostil, como si estuviéramos en una guerra. Miles de
personas sin hogar, sus casas destruidas por los vientos o por las
inundaciones, esperaban los $500 de FEMA que no es un regalo ni una dádiva. Es
el dinero que se llevan de aquí, pero no llegaba. Le decían a la gente que
tenía que solicitar la ayuda por Internet, pero ¿quién demonios lo hacía si las
telecomunicaciones colapsaron?
La gente iba desesperada al Centro de
Convenciones, al infame COE y no los ayudaban. Tenían que irse de allí al
calor, mordiéndose la lengua, mientras los bendecidos del gobierno,
periodistas, contratistas y federales cogían el fresquito del aire
acondicionado. Afuera era otra historia. Las ayudas no llegaban y al día de hoy
menos del 1% de la población recibió el máximo de ayudas para
reparar sus hogares.
Los amigos de alcaldes y políticos eran los
primeros en tener agua. El resto de la gente, las sobras. En los hangares la
comida se pudrió, y Unidos por Puerto Rico recogió más de $30 millones, pero no
arregló ni un solo techo ni dio viviendas al que se quedó sin hogar. Han
querido esconderlo, pero todo el mundo sabe que aquí hubo gente que pasó
hambre. Sin luz para sobrevivir, sin
carreteras ni puentes por donde transitar, sin teléfonos para comunicarse, y
sin comida, parecía un exterminio.
Estos seis meses han sido horribles y parece
una especie de genocidio social porque han lesionado gravemente la integridad
física y mental de todos, sometiéndonos a unas condiciones de existencia que
parecen dirigidas a la destrucción total de esta sociedad. No nos matan a tiros
como en Siria o en Palestina, pero sí de desesperación. ¿Qué no es cierto?
Repasemos la lista de esos 6 meses: han diezmado la población, han destruido
los recursos que quedaban, no hay luz en amplios sectores y hacen apagones
selectivos que han destruido la economía. Más de 40% de los pequeños negocios
han cerrado, y en los malls que están abiertos, siguen cerrando tiendas. El
tema de los muertos nunca se ha aclarado, y la gente está tan desesperada que eso
se ve en la forma en que aumenta la violencia y los suicidios.
La gente ha tenido que salir corriendo del
país, primero azuzados por los periódicos que promovían la emigración, después
por FEMA. Entones llenan la isla de extranjeros en chancletas que van
apoderándose de las propiedades y comprando a precio de ‘pescao abombao’ lo que
el puertorriqueño no tiene acceso a adquirir. Llegan los cryptoempresarios, de
dudosa reputación y aquí les besan el trasero y le dan todo lo que no le dan al
empresario local, pensando en que dejarán chavitos en esta economía. Nos
inundan al gobierno de americanos a que administren agencias y el dinero
público porque el mensaje es que lo de afuera es mejor, como una vez hicieron
nuestros abuelos con los señores de la caña. Y somos pocos los que nos
atrevemos a señalarlo porque la gente está tan abrumada y tiene tanto miedo,
que opta morderse la lengua. Ese silencio también es parte del problema.
Aquí hay que empezar a exigir. Hay que demandar
respeto a los que se creen dueños de este pueblo. Los independentistas tienen
que salir de la zona del confort, pero hablar con claridad. Los populares se
metieron la lengua en el estuche porque están más pendiente a las candidaturas
del 2020 que al ahora, y no se dan cuenta de que el miedo es inmovilismo. Los
estadistas tienen que seguir enterrando el Plan Tenesí, como están haciendo, pero
es hora de que exijan respeto.
Recordemos todos que Puerto Rico le genera 4
veces más a los Estados Unidos de lo que nos envían en ayudas federales. Aún
con el huracán, generamos $58.1 billones a la economía americana, pero los
Estados Unidos sólo asignan $13.5 billones en ayudas. No es justo la lentitud
de la recuperación.
Este pueblo ha soportado demasiado. Por eso
está prohibido olvidar lo que pasó, porque las próximas generaciones tendrán
que saber que en el Puerto Rico del 2017 y 2018 aquí vivió una gente que se
mordió la lengua, molió vidrió con el pecho, y sigue luchando por sobrevivir.
¿Qué va a pasar con Puerto Rico en los próximos
6 meses? Sólo el tiempo lo dirá. Esta
semana se cumplen los seis meses del paso del huracán María y toda la estela de
destrucción que nos dejó. No podemos seguir callados ni mordiéndonos la
lengua. La lengua no se hizo para
morderse. Se hizo para expresarnos.
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