La polémica en estos días es si se deben celebrar o no las fiestas de la Calle San Sebastián, este año es su 50 aniversario y los 500 años de San Juan. ¿SanSe o no Sanse? ¿Qué tal, posponer para más adelante las Fiestas en lo que hay tranquilidad general y estabilidad en el sistema energético?
Si 100,000 personas llegan a la isleta de San Juan y
tiembla, será un holocausto.
Sé que muchos van a brincar a criticarme, especialmente los comerciantes que
reciben miles de dólares de auspiciadores, o los artesanos que buscan vender
sus piezas en esas fiestas y así se ganan la vida, los artistas que quieren
presentarse, el municipio o a los que les gusta estar de jarana. Muchos dicen
que la economía tiene que continuar, que el país no se puede detener y otras
cosas. Claro que estoy de acuerdo en eso. Lo entiendo. Necesitamos el dinero y
los turistas, pero la recesión de una década no se elimina en un fin de semana.
También entiendo la propuesta del municipio de San Juan de crear centros
de acopio para recoger ayudas para las víctimas en el sur. Suerte con eso.
Ojalá la gente coopere y en las guaguas o taxis lleguen hasta la isleta de San
Juan con bolsas llenas de cosas y ayudas. Sin embargo, creo que no va a suceder
como se espera. Creo que la asistencia será baja.
Yo no digo que se suspendan las fiestas. Abogo por que se pospongan.
¿Por qué no hacerlas en febrero, mes de los carnavales? ¿Por qué no
esperar un poco a que se estabilice el sistema de Energía Eléctrica, porque
ahora mismo no hay certeza de nada? Más que nada, la pregunta más básica ¿por
qué no esperan a que la tierra deje de temblar?
Este no es el momento. No es que se cancelen, sino que se pospongan.
Por primera vez en décadas yo no pienso ir a las fiestas de la Calle San
Sebastián. Siempre, desde mi niñez las he apoyado, pero esta vez no pienso ir. No
tengo el corazón para disfrutar, mientras sé que hay miles de puertorriqueños
muriendo bajo carpas, porque el corazón les deja de latir, o porque no les
llegó la diálisis a tiempo.
No tengo el ánimo, sabiendo que hay tantos viejitos pasando frío a la
intemperie mientras los dueños misteriosos de las égidas – [esos cuyos nombres
nunca dicen y sus caras no se ven en primeras planas porque los protegen desde
el gobierno] – huyeron de lo más campantes. No me imagino celebrando, en la bebelata
o bailando, cuando sé que hay tanta gente en Guánica, Guayanilla, Yauco,
Peñuelas, Ponce, Santa Isabel o Juana Díaz, llorando.
Y menos, cuando sé que en los pueblos de la montaña la gente lleva días
sin dormir porque, aunque no los mencionan, la tierra no ha dejado de temblar
en Barranquitas, en Comerío, en Adjuntas, Utuado, Orocovis, Jayuya, Villalba,
hasta en Patillas y Guayama, entre otros.
No me da el corazón. Allá el que pueda con su conciencia.
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