Este
año los políticos no pegan una. Y
tampoco aprenden en los dos partidos principales. Lo que le pasó al ex senador
Roberto Arango es lo mismo que le sucedió al representante Héctor Ferrer: no
supieron manejar sus crisis en la comunicación adecuadamente y la opinión
pública les pasó el rolo.
Mintieron,
se escondieron, no tuvieron portavoces adecuados, no se prepararon para
hablarle a la prensa, lucieron desencajados ante las cámaras, sus opositores
aprovecharon las vulnerabilidades para atacarlos y el resultado fue el mismo ya
que ambos se vieron forzados a renunciar. En el caso del ex senador del Partido
Nuevo Progresista Arango fue que se escondió, mintió y el escándalo de sus inclinaciones
sexuales lo obligaron a renunciar. Y hoy, el representante del Partido Popular
Democrático, Ferrer, tuvo que renunciar porque se han ventilado públicamente
declaraciones juradas a que apuntan que en su hogar había un patrón de maltrato.
Por ende, mintió en su conferencia de prensa del lunes.
Es
necesario hacer un análisis desde el punto de vista de la comunicación y las
relaciones públicas porque de eso es que se trata. Ferrer – al igual que fue en
su momento Arango – son figuras públicas, funcionarios que se deben al pueblo
que les pagamos los salarios con nuestras contribuciones. Por eso, más allá de
los temas legales o morales que todos los comentaristas políticos han estado
discutiendo ampliamente, mi análisis es
desde la óptica de la comunicación.
El
público detesta la mentira. La verdad, aunque duela es mejor que la mentira, y
en el campo de la política, muchas veces la percepción es la realidad. Si el
pueblo no te cree, tienes problemas porque la opinión pública es más severa que
el tribunal mismo.