Escena de la obra Sirena. Nubia García en el tambor, y Mielissa Reyes interepreta a Sirena. SUBSTACK |
Sábado, 10 de junio de 2023
Esto lo debí haber escrito
temprano en la mañana, pero no. A veces los compromisos hacen que una cambie
los planes. Pero como no soy de dar excusas porque sé que sólo satisfacen a
quien las da, escribo lo que llevo en el alma y la mente desde anoche. Tengo
que escribirlo para sacármelo del sistema. No porque nadie me lo haya pedido,
sino porque siento que es una obligación moral, hacerlo.
Y sí, sé que ahora mismo debe
haber público allí en el teatro Arriví de Santurce viendo a los actores que,
para mí, merecen todo el respaldo del pueblo. Así que, francamente no tengo
idea si ellos llegarán a leer alguna vez estas líneas. Pero escribo para
extender lo mucho que los aplaudí al verlos.
Anoche fue a ver la obra Sirena, con la que inauguró el festival Arriví en el Arriví, honrando al mejor dramaturgo puertorriqueño del siglo 20, Francisco Arriví. Escrita por él, pero actualizada y dirigida por uno de sus discípulos, Roberto Ramos Perea, esta pieza teatral merece ser vista por todo Puerto Rico. De eso no tengo la menor duda. Es verse, reconocerse y entender lo que somos.
Ese ‘Yo soy boricua pa’que tú lo sepas’ esa, o el emocionarse con la bandera y ondearla como harán miles mañana en la Parada Puertorriqueña de Nueva York, es nada, no vale nada, si no te respetas a ti mismo primero. Y para empezar a respetarte, tienes que entenderte, conocerte, saber tu historia. Honrar a los grandes que en algún momento levantaron la voz y aportaron al país, y honrar a los que lo siguen haciendo, desde sus distintas plataformas. Eso es empezar a respetarse. Conocer es respetar. Es amar.
Eso es lo que quiero hacer hoy.
Reconocer y enaltecer el trabajo que ha hecho la Compañía Nacional de Teatro,
del Instituto Tapia y Rivera. Ver esta obra es una obligación con el país que
somos y con el que queremos ser. Como puertorriqueños tenemos que apoyar el teatro
nuestro, el contemporáneo con toda su variedad de espectaculares directores y
actores, pero también conocer y apreciar los clásicos que nos formaron. Por desgracia, cada vez hay menos teatro
clásico.
A veces pienso que las nuevas
generaciones no tendrán las oportunidades de conocer nuestros clásicos como
antes. En mi generación y hasta hace poco, en todas las escuelas y colegios del
país solían montar a niños y adolescentes en guaguas para ir a ver obras
teatrales. Ahora con tantos millones, el Departamento de Educación ya no lo hace,
y los colegios, menos, así que queda de los padres ir educando a sus hijos para
entender nuestra historia. Por eso aplaudo que esta Compañía Nacional de Teatro
se enfoque en presentar el teatro clásico puertorriqueño, que es la base del contemporáneo.
Ahí va mi primer aplauso a esa obra.
Sirena es una pieza importantísima
de la dramaturgia que debe verse y comentarse por la temática. Nos demuestra
cuán avanzado estaba Arriví en su época, ya que esa era una temática constante
en la literatura y dramaturgia de otros lugares. En los años 30 y 40 en los Estados
Unidos predominaban muchos de eso temas. Por lo menos en la literatura negra, y
la blanca escrita sobre negros, como era antes.
Elenco de la obra Sirena. |
Mientras eso se discutía en la
nación americana, Arriví estudiaba en Columbia y escribía para insertar a
Puerto Rico en esas corrientes literarias. Sirena fue su tesis doctoral de
Columbia University, pero la temática de la raza, el racismo y la inconformidad
las incluyó en otras como en su obra cumbre Vejigantes. Esta ha sido
presentada muchísimas veces a través del tiempo, a diferencia de Sirena. Eso
también es importante destacarlo.
Sirena se presentó en los 60,
interpretada por Lydia Echevarría y Luis Vigoreaux, y dirigida por el propio
Arriví. Luego, en el 1971, la primerísima actriz Idalia Pérez Garay, la encarnó,
junto a un elenco que incluía a José Reymundí y Esther Mari, entre otros
actores, bajo la dirección de Dean Zayas. Ahora se presenta con la actriz
Melissa Reyes y un elenco extraordinario, actualizada a nuestra realidad.
Melissa Reyes interpreta a Marina/Sirena/Cambucha |
Mi segundo aplauso, de pie, va
para Melissa Reyes. De ella hay que decir que realmente no interpretó el
personaje. No era una actriz actuando, sino que ella era Marina o Sirena o
Cambucha, en el nombre en que quisiera llamarse, ella lo fue. Maravillosa. No
sólo logró encarnar la complejidad de un personaje que busca aire, que quiere
poder encajar y sobrevivir en una sociedad racista en donde la voluptuosidad de
las mulatas se desea y se posee, pero no se les respeta. Esa frustración por
saberse menos, pero a la vez, el deseo de ser parte, y que te mueve a hacer lo
imposible, hasta cambiarte por otra, Reyes logra transmitirlo de tal modo que
uno se lo vive, y se lo sufre. En momentos parecía estar viendo una película de
cine, y no el teatro.
Pero aterrizaba y veía la
tarima cada vez que entraba en escena otra primerísima actriz y cantante,
Caroline Vanessa Alicea, entonando con voz melodiosa la danza de su nombre, Vano
Empeño. Ataviada de un vestido verde floresta, esta increíble actriz nos
hacía evocar el sueño de Sirena. Rubia, con alhajas y guantes, como si
estuviera en una fiesta de debutantes en el Casino de Ponce, eso era lo que
Marina anhelaba ser, para ser aceptada. Ese era el sueño de Sirena. Ahí va mi tercer
aplauso.
Luego tengo que mencionar a
los hombres. Tres varones cargaron gran parte del peso de esta obra en los
personajes de Roberto del Valle, Alejandro y el Dr. Well. Los tres merecen el
respaldo de todo el público.
Empiezo por el primerísimo actor
Israel Solla Rivera, quien encarnó al riquitín ponceño y racista Roberto
del Valle. Oye, que este es un gran actor. Tan bueno es que una hasta le coge
coraje, porque se desdobló tanto, que también dejó de existir para ser el
personaje. Ese odioso y complejo personaje que no quiere saber de los negros,
pero a las negras no las deja vivir. Se las quiere comer a todas. Este actor de
voz profunda logra desdoblarse en un personaje que tiene esa dualidad de ser de
una clase social en la que tiene que aparentar, aunque en el fondo, sus
impulsos lo llevan al solar, en donde de verdad quiere estar. Eso lo hace malvado y odioso, pero sumamente
complejo. Para Solla Rivera, va mi cuarto aplauso.
Otro que me sorprendió mucho,
pero que hizo a la gente del público reaccionarle, gritarle y hasta responderle
desde sus asientos (yo fui una), fue el personaje de Alejandro, que
interpretó Nelson Alvarado. ¡Qué maravilla de actor! Ese amor por Sirena lo
hizo aguantar, y aguantar, y aguantar todo tipo de desprecio, pero el amor todo
lo puede, todo lo aguanta, y como en 1 Corintios 13, el amor “todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Eso hizo Alejandro para
apoyar a su amada Cambucha, con todo y cambio de ser. Él aguantó y la defendió.
La amó. Nelson Alvarado proyectaba la
voz de manera tan imponente, que en las últimas filas del teatro una escucha a
la gente contestarle “sí, dale”, como si fuera con ellos. ¡Qué actorazo! Aunque
ya lo había visto en otras obras teatrales, para mí esta fue la revelación de
la noche. Mi quinto aplauso es para Nelson Alvarado.
El tercer varón fue Jesús Aguad en el personaje de Dr. Well, el cirujano plástico gringo. Este fue el personaje que dejó de lado sus prejuicios porque el negocio le iba bien en esa sociedad ponceña que no se aceptaba. Logró capitalizar en el mercado, y eso Aguad lo logra transmitir magistralmente, con todo y acento. Aplauso fuerte para él.
Mi próximo aplauso, de pie, es
para la actriz Cybele Delgado, que interpreta a doña Margot. Odiosa. Esta es la
doña rica y racista que humilla a Marina, que odia el color de los negros y su
olor, que no soporta el ruido de los tambores, pero que, sin pensarlo mucho,
los pies se mueven con la candencia de la bomba, hasta que de pronto, se
reconoce bailando la música ancestral y tiene que rechazarlo. Cybele Delgado es
una veterana actriz de esta compañía, pero hizo tan bien a este personaje, que
desde el público la gente también le gritaba improperios con cada barbaridad
racista que decía. Lo que quiero decir es que hizo tan buen papel, que movió al
público a reaccionarle. Brava.
Sonia Rodríguez Otero interepreta a Micaela. |
Asimismo, en el otro lado del
espectro estuvo el personaje de Micaela, la mamá de Marina. Este magnífico
personaje le tocó a otra gran actriz, Sonia Rodríguez Otero. El personaje, al
igual que su hija, es una mulata que también fue preñada y abandonada por un
blanco, y que vivía en la ignominia de ser menos en esa sociedad, y como mulata
trágica al fin, se sufría los traumas y problemas de Marina. Sin embargo, fue
de las que más líneas punzantes tuvo. Fue el personaje que aterrizaba al
espectador – y a los actores – en la trama y los traía de vuelta a la realidad.
Cada vez que decía algo, la gente en el público reaccionaba/reaccionábamos. Una
actuación soberbia. Un sonoro aplauso para esta actriz.
Los otros dos personajes de la
obra son Pepita, interpretada por Andrea Toro Almodóvar, que era la enfermera
que nos llevaba a entender el trasfondo,
y La Bomba, que como dice el nombre, fue un toque de bomba a cargo de Nubia
García Meléndez. Ambas fueron entes unificadores en una trama singular y
merecen todo el reconocimiento y los más fuertes aplausos. Bravo por ambas.
La música, que combinó piezas
originales del 1946 con temas originales del cantautor UGOH, y el toque de
bomba de García Meléndez, nos ubicaban en tiempo y espacio, y junto con el
diseño de luces de Héctor Negrón, nos iban contando y nos hacían parte de la historia.
Bravos.
La producción ejecutiva estuvo a cargo de Jaycee González, que,
como siempre, fue extraordinaria. De igual manera la dirección de Ramos Perea
fue magnífica, como siempre, en cada escena. A ambos hay que aplaudirles por el
empeño quijotesco en seguir haciendo patria, y hacerlo de una forma tan
excepcional.
Una cosa que es importante de estas obras de la Compañía Nacional de
Teatro, es que antes del comienzo siempre se da una tertulia que enmarca el
contexto. Esto es súper importante para el público que quiere compartir con los
actores y directores, pero que también merece entender el trasfondo y la
importancia de estas piezas.
Francamente fue una producción muy buena, que debería repetirse
por más fines de semana y debe ser llevada a otros pueblos. El Instituto de Cultura
Puertorriqueña aporta para que este tipo de teatro siga vivo. Entonces,
nosotros como público, tenemos que apoyarlo. La Asamblea Legislativa y algunos
auspiciadores, también contribuyen para que esta, como todas las obras de esta Compañía
Nacional de Teatro, sean gratis para el público. En ese sentido, abogo porque
se hagan más funciones.
Deben hacer más funciones en matiné, para que más personas mayores
puedan verlas. También deben hacer funciones para los legisladores y alcaldes
de todo Puerto Rico, para ver si se educan un poco y empiezan a entender el
valor de estas piezas, y lleven a este grupo de actores de gira por todo el
país. Eso sería extraordinario y necesario.
Todavía hay oportunidad de ver la obra porque las funciones son viernes y sábado a las 8:30 de la noche y domingo,
a las 4:30 de la tarde. Hasta ahora se presenta este fin de semana (9, 10 y 11
de junio) y el 16,17 y 18 de junio. Entrada libre de costo, como un regalo de
la Compañía Nacional de Teatro del Instituto Tapia. No es necesario hacer
reservaciones; para más información, puede llamar al teléfono 939 204-5076, o
escribir a IATR.pr@gmail.com, visitar la página web:
www.institutoalejandrotapia.org o redes sociales.
Espero que todas las funciones estén llenas porque
se lo merecen. Fue maravillosa.
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