(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el 10 de febrero de 2016 - http://www.noticel.com/blog/186451/junta-fiscal-y-racismo-video.html)
Todo el mundo habla de la Junta Fiscal que impondrán
sobre Puerto Rico, pero de lo que no se habla es de cuán racista podría llegar
a ser esa junta fiscal. No se habla porque no se comprenden las dimensiones
geopolíticas que representa el dominio absoluto de las mayorías económicas
dominadas por blancos sobre latinos, negros y pobres como en esencia somos los
puertorriqueños, porque aquí el racismo sigue siendo un tabú. No se acepta.
En la prensa y en los medios no se contempla el
hecho de que hay elementos en la política estadounidense que no confían ni
quieren saber de las minorías y mucho menos de lo que consideren negros,
hispanos o inmigrantes. Los puertorriqueños caemos en las tres categorías para
ellos, aunque aquí la mayoría se niegue a aceptarlo.
Somos la minoría sobre la que mandan y buscan
volver a tener el control total. La propuesta junta fiscal tendrá poder
unilaterales de mandar sobre el gobierno, eliminar servicios a la población, despedir
trabajadores, cerrar agencias y municipios, reducir pensiones de empleados,
cancelar contratos, eliminar convenios colectivos, descartar lo que diga el
gobernador, y aquel que se queje, se niegue a participar o cuestione lo que
hagan, puede ser enjuiciado con cargos criminales.
La junta fiscal que van a imponer podrá
controlar la economía y tomar prestado usando de colateral escuelas y
carreteras pero el gobierno de los Estados Unidos no tendrá obligación alguna
con esa deuda. Al menos eso es lo que dice el proyecto del Senado 2381 del republicano Orrin Hatch. Es
como si fuéramos los negros esclavos en la época colonial y ellos, como los
amitos blancos, dándonos latigazos como le venga en gana, hasta cansarse.
Por eso, hay que preguntarse, ¿quiénes allá son
los que quieren la junta fiscal? Mírenles las caras y comprobarán que allí no
hay de esas “caras lindas de mi gente negra”, como dice la canción de Tite Curet. No. Allá
son versiones del Tío Sam, y a algunos se les ve ese gesto que no se puede
ocultar y que parecería hablar que lo que sienten son deseos de ponerse una
capucha blanca para salir a quemar cruces al estilo Ku Klux Klan. Algunos, no
todos, aclaro, son racistas porque es un reflejo de su historia.
Y aunque el prejuicio no sólo viene de los
blancos, viene también de algunos negros hacia otros más pobres y especialmente
los hispanos, no se puede negar que está ahí. Aún con la presencia por dos
términos de un presidente multiétnico como es Barack Obama, el asunto de las
disparidades raciales y los prejuicios en los Estados Unidos es cada día más crítico
cuando vemos, por ejemplo, que siguen en aumento los ataques a musulmanes y
prevalecen los disturbios raciales en las grandes ciudades. Es en ese clima, y
con esos prismas con los que se analiza el caso de Puerto Rico.
Estos son temas medulares, raíces del problema
de desigualdad, pero no se comentan en los medios.
Los periodistas no preguntan de este tema y los
comentaristas no lo discuten en la radio porque para todos los efectos, la idea
de que en Puerto Rico no hay negros y no hay discrimen está clavada en las
mentes colectivas a juzgar por las actitudes de la gente. Si en el Censo no se
reconocen como negros, ¿qué se puede esperar de las instituciones sociales y de
la discusión pública?
Puerto Rico es profundamente racista y
prejuiciado, y la primera manifestación es negarse a admitir lo que somos. Como
no admitimos que somos negros latinos pobres, menos vamos a mirar o a entender cómo los
otros nos ven.
Eso explica en parte la ausencia del tema negro
o afroamericano que abunda en los medios de comunicación en la metrópolis pero
sólo aparece en los medios en Puerto Rico cuando se conmemora el día de la
abolición de la esclavitud. Cada 22 de marzo los medios recuerdan la historia
de los africanos, de esa esclavitud que existió aquí por 373 años, que hubo
varios líderes políticos negros como Celso Barbosa y Ramos Antonini, o hacen la
eterna pregunta “cliché” de cuántos negros y negras están en las altas esferas
políticas y de poder.
También explica la ausencia de explicaciones de
temas que son de alto interés en los Estados Unidos. Fíjense por ejemplo en el
hecho de que mientras en los Estados Unidos y Canadá en febrero se celebra
todos los años el Black History Month (o el mes de la herencia negra), y aquí no se habla de eso. Menos se menciona
que uno de los padres del movimiento de afirmación de los negros allá fue
precisamente el puertorriqueño Arturo Alfonso Schomburg .
O sea, no conocemos nuestra historia. Como no
entendemos las conexiones entre lo que es la marginación, la pobreza y el
discrimen, y no las combatimos, se tratan como si no existieran.
Irónicamente, si se proyectara lo que le pasa a
Puerto Rico y lo que el gobierno federal quiere hacer como un asunto de
racismo, de discrimen racial y étnico, más allá del tema del estatus, quizás
para el americano común fuera un issue
importante que llamaría la atención.
El problema está en que nadie quiere aceptarse
por lo que es. ¿Por qué ninguno de los candidatos a la gobernación habla de
este tema? Porque no lo identifican. No lo ven porque la negritud es sinónimo
de pobreza, y es sinónimo de minoría y nadie quiere hablar de eso. Todos
quieren ser blancos americanos, pero allá no los ven así por más millones que
tengan o por más blanca sea su tez.
Si se hiciera, se comprendería que allá hay
temor. Los americanos tienen miedo de que la crisis económica boricua les
afecte a sus bolsillos. Miedo a que más puertorriqueños sigan emigrando, pero como
somos ciudadanos americanos y no pueden construirnos el muro que propone Trump
en la frontera con México, nos van a controlan con una junta fiscal. Para
evitar que sigamos aumentando en números allá en el reino mágico de Orlando y
seamos cada vez más decisivos electoralmente, están deseosos de imponer rápido su
control salvaje sobre los ingobernables puertorriqueños.
Mientras el enfoque noticioso en Puerto Rico no
incluya el elemento étnico y racial en el análisis, y mientras los políticos
puertorriqueños lo sigan aceptando con tanta sumisión, nos seguirán tratando
como esclavos. Entonces, no se harán las preguntas básicas como qué consecuencia
tiene el que alguien de afuera, con creencias, valores e intereses ajenos a los
nuestros nos venga a decir qué hacer.
Y mientras
menos se incluya el ángulo de los prejuicios y el racismo que todavía
hoy están presentes entre los estadounidenses,
y cómo éstos influenciarán las determinaciones que tomarán en su día
aquellas personas que sean nombrados a esa junta fiscal para mandar en Puerto
Rico, la sorpresa nos dará en la cara.
Lo triste es que con la junta fiscal volveremos
todos a ser esclavos del amo. Y como esclavos nos obligarán a decirles a ellos
aquella frase célebre de la protagonista de la novela brasilera Xica Da Silva:
“Señor Comendador, a su merced”.
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