Periodista independiente en Puerto Rico

Monday, March 12, 2012

Sobre la libertad de prensa, una aclaración personal (Parte 1)


Siempre he repudiado los ataques a los periodistas y el intento de manipulación e intimidación de los centros de poder, llámese gobierno, empresa privada o políticos. Estoy en récord.

Y siempre he sido clara en deslindar lo que es la libertad de prensa de lo que es la libertad de empresa. Son dos cosas distintas. Hay que defender la libertad de prensa siempre porque para que una democracia funcione, el pueblo tiene que estar informado. Sin embargo, siempre también he dicho que en Puerto Rico lo que existe es la libertad de empresa, que permite a los dueños de los medios publicar sus líneas editoriales. 

Como ex presidenta del Overseas Press Club, como miembro fundadora del Centro para la Libertad de Prensa en Puerto Rico, como miembro de la junta en los Estados Unidos del National Association of Hispanic Journalists y miembro activo de la Asociación de Periodistas de Puerto Rico durante tantos años, siempre defendí la libertad de prensa, de libertad de expresión y del derecho del público a estar informados. Mi defensa fue pública en escritos, en comparecencias a foros, ante la Legislatura y en casos que llevé a los tribunales. a nivel estatal y a nivel federal. Mi récord está ahí a través de los años.

También como ex periodista del diario El Nuevo Día, donde laboré por poco más de 10 años de mi vida, defendí la libertad de prensa incluso con mi seguridad personal. Que conste en récord que fui una de los únicos cinco (5) reporteros cuyos trabajos periodísticos e investigaciones sobre corrupción gubernamental provocaron el coraje del entonces Gobernador Pedro Rosselló, quien canceló las pautas publicitarias en El Nuevo Día.

Fui perseguida y atacada sin compasión, también fui víctima de vejámenes por miembros de la administración Rosselló y secretarios de su gabinete en cada conferencia de prensa, en cada foro al que asistía, e incluso fui víctima de agresiones físicas por parte de turbas de seguidores políticos. Algunos de esos mismos funcionarios que me atacaban y azuzaban a las turbas a que hicieran lo mismo, están hoy en la administración de turno.

El Departamento de Hacienda me investigó en el carácter personal en tres ocasiones en un mismo año, recibí llamadas intimidantes y tenía vehículos que me vigilaban a diario o individuos que me seguían incluso cuando iba de noche a cursar estudios de maestría en la Universidad de Puerto Rico tratando de que cogiera miedo.

Intentaban con esos ataques que detuviera las investigaciones sobre corrupción en la Autoridad de los Puertos, en el Banco Gubernamental de Fomento, en la Administración para el Financiamiento de la Infraestructura, en la Compañía Telefónica que luego fue vendida a precio de quemazón, en el Departamento de Educación, y en la Legislatura.

O sea, que yo sí sé lo que son los intentos de intimidación para tratar de que dejara de investigar la corrupción porque lo viví en carne propia. De esto sí puedo hablar. Y mucho.

Como resultado de la demanda que incoó El Nuevo Día contra la administración Rosselló fui la única periodista de ese diario que estuvo por más días deponiendo frente a una decena de abogados del gobierno, encabezados por Andrés Guillemard hijo, quien incluso tuvo la osadía de preguntarme en qué partido político militaba.

En otras palabras, yo sí puedo hablar de lo que pasó porque lo viví. Y lo viví quizás como ningún otro reportero de esa época porque estaba en la calle, no en una sala de redacción.

También viví la decepción que muchos otros periodistas de ese diario y de la prensa en general sintieron cuando los dueños de El Nuevo Día llegaron a un acuerdo con la administración Rosselló que fue sellado al público y cuyas estipulaciones no se divulgaron, ni si quiera a los periodistas involucrados.

Nadie puede decir que recibí beneficio alguno – ni en forma económica, ni en asensos en el trabajo ni bonificaciones que nunca llegaron ni fueron buscadas – por haber enarbolado la bandera de defensa de la libertad de prensa. Mi defensa fue por principios y por ética.

Por eso, y por muchas otras razones más, sé de lo que estoy hablando.

A pesar de que mi decepción de aquel momento, siempre me mantuve firme en que a la libertad de prensa hay que protegerla de ataques y de intentos de intimidación. No por los periodistas, que nunca deben ser el eje de la noticia, sino por el pueblo que tiene el derecho a estar informado sin cortapisas ni límites. Un pueblo sin información es un pueblo destinado a desaparecer.

Me fui de El Nuevo Día en el 2004 porque no veía futuro profesional para mí en ese medio, y porque entendí que era el momento de un cambio, lo que tomó por sorpresa a todos en esa redacción. Me fui sin mantener ningún tipo de vínculos ni si quiera como columnista o colaboradora del medio, como hacen muchos. No lo pedí ni tampoco me fue ofrecido ni me ha sido ofrecido al día de hoy.

Fundé junto a mi amigo, otro destacado periodista y fundador de la desaparecida Unidad de Investigación de El Nuevo Día, Pepo García, la firma de relaciones pública que aún tenemos y en la que nunca hemos tenido clientes de partido políticos alguno ni de ninguna administración de gobierno. Nuestros clientes siempre han sido de empresa privada y vivimos tranquilos sin tener dedos amarrados con ninguna administración gubernamental.

Por eso, puedo hablar con tranquilidad de espíritu porque no tengo ni tuve ni he tenido dedos amarrados con nadie.
                                                      
Con la libertad de espíritu que siempre me ha caracterizado puedo decir que rechazo los ataques que ha venido haciendo el presidente del Senado Thomas Rivera Schatz contra los periodistas de El Nuevo Día y de Primera Hora, y posteriormente, con la familia Ferré Rangel.

Igualmente rechazo los ataques que se han hecho contra otros medios noticiosos en el país, como lo es Diálogo, Radio Universidad, WIPR, Radio Isla y muchos otros.

Rechazo también, que se pretenda mezclar lo que es la libertad de prensa con los negocios, fundaciones o intereses particulares de los dueños de los medios noticiosos, como en este caso sería el Museo de Arte de Ponce, que sin duda, es una aportación cultural invaluable al país. Sin embargo, entiendo que son cosas distintas.

Para que conste en el récord de este blog "En Blanco y Negro con Sandra"- cuyo objetivo es presentar y analizar todos los temas relacionados al periodismo y las comunicaciones –  destaco que el diario cibernético NotiCel que fue el primer medio en abordar este tema en la nota que publicaron titulada “Enarbola legado de Ferré ante ataque de Rivera Schatz” en el link: http://www.noticel.com/noticia/120181/enarbola-legado-de-ferre-ante-ataque-de-rivera-schatz.html

También copio de manera íntegra el editorial que publicó el domingo María Luisa Ferré Rangel sobre la polémica entre su familia que son dueños de los diarios El Nuevo Día y Primera Hora, con el presidente del Senado Thomas Rivera Schatz.

Mi análisis sobre lo que está detrás de Rivera Schatz, y lo que dijo o dejó de decir María Luisa Ferré Rangel, se publicará mañana, tras mi participación en la sección En Blanco y Negro con Sandra en el programa radial de El Azote (WKAQ 580). Esa será la "Parte 2" de este tema de libertad de prensa.

A continuación, el editorial de María Luisa Ferré Rangel:


Unas semanas antes de morir…

Unas  semanas antes de morir, ya en el hospital, mi abuelo me tomó de la mano y me pidió que le prometiera dos cosas. Me sorprendió la fuerza que tenía todavía,  a pesar de que su vida se iba apagando poco a poco. Mirándome  a los ojos me dijo: “No me dejes morir, que  tengo mucho por hacer todavía. Mi cuerpo me traiciona, sé que no puede más,  pero mi espíritu, mi mente y mi  alma están  tan jóvenes”. ¿Qué le contesto?, pensé.

¿Le miento y le digo que no lo voy a dejar morir? ¿Le digo que va a estar bien y que en unos días va a salir del hospital?

Lo único que se me ocurrió fue decirle que él no estaba solo, que si su cuerpo lo traicionaba, como un día nos pasará a todos, dejando de funcionar, su espíritu iba a vivir eternamente. Que no sintiera miedo. Que su hermana lo iba a estar esperando.

Entonces me dijo: “Pues tú tienes que continuar mi obra más importante. No abandones el Museo. Mi mejor legado. Lo más importante que yo he hecho en mi vida. Prométeme que lo vas a cuidar y te vas a asegurar de que va a seguir sin mí”. Y fue entonces que le hice esa promesa.

Llevo siete años como presidenta de la Junta de Síndicos de la Fundación que lleva el nombre de mi abuelo.  Han sido siete años de mucho trabajo para garantizarle un futuro a este Museo que trascienda la figura de mi  abuelo,  mi persona o mi familia. Mi misión ha sido prepararla para que pueda durar muchos años  más, luego de que yo no esté aquí. El Museo de Arte de Ponce es hoy no solo un patrimonio de Puerto Rico, sino que trasciende  las 100 x 35 millas  de esta isla y se ha convertido en un patrimonio del mundo. Es reconocido, no por nosotros sino por sus pares, como uno de los mejores museos existentes.

Mi abuelo nunca compró pensando en él. Es decir, en enriquecerse él, pero sí compró con pasión lo que le gustaba, lo que encontraba bello. Lo  compró con su dinero, producto de su trabajo y esfuerzo personal, pero todos los cuadros que compró los puso a nombre de la Fundación Luis A. Ferré, para garantizar que esos cuadros no se usaran por nadie para enriquecerse personalmente, ni  para alimentar egos privados. Siguió la trayectoria de su amigo Nelson Rockefeller y decidió abrir un museo para que fuera el pueblo de Puerto Rico el beneficiario de su legado, no su familia.

Los cuadros del Museo solo se pueden vender para comprar otras obras de arte. La operación del Museo, de su planta física, sus programas de arte, los salarios de los empleados, los programas educativos, tienen  que ser financiados mediante donativos, galas, venta de boletos, entrada, etc. Ese es el gran reto para mantenerlo abierto.

La realidad es que yo dirijo la Junta de Síndicos, que la componen otros 11 miembros de la sociedad civil.

Pero yo no soy la que verdaderamente trabaja día a día en este Museo. Hay un grupo de profesionales de todas partes del  mundo, algunos que conocieron a don Luis y otros que no lo conocieron, pero que se enamoraron de su obra, que son los que día a día cumplen con la promesa que yo le hice a él. Ellos son los que siete días a la semana abren las puertas del Museo y honran la memoria y el legado de su fundador. Son también custodios de su legado los cientos de voluntarios, artistas y donantes que desinteresadamente nos donan su tiempo, su talento, su dinero y sus obras  para mantener viva esta institución, y son los visitantes los que hacen que este Museo cumpla con su misión de expandir nuestros horizontes y tocar nuestras almas, para demostrar  que en el lenguaje universal del arte todos somos iguales y podemos superar nuestras diferencias para poder admirar lo que es capaz de hacer o producir un ser humano. Que el amor al arte trasciende barreras ideológicas, culturales, sociales, económicas y nos permite vernos de una forma distinta.

A ellos, mis compañeros de viaje, les pido disculpas. Pues es por culpa mía que hoy atacan al Museo. Que hoy lo amenazan con desestabilizarlo económicamente en represalia por yo hacer mi otro trabajo. Es por culpa mía que hoy mancillan el nombre y el prestigio de mi abuelo y de la institución que él fundó.

El  presidente del Senado ha decidido nuevamente mentir, al aseverar que el Museo pertenece a la familia Ferré. Él sabe, porque es abogado, que las fundaciones sin fines  de lucro no pertenecen a nadie. Él sabe que lo que está diciendo no es verdad. Que los cuadros no nos pertenecen y que nunca hemos recibido personalmente un centavo del dinero que el  gobierno, y otras instituciones como el National Endowment  for the Arts y el Mellon Foundation, nos dan. Si estas instituciones de prestigio internacional creyeran que el Museo es privado, para el beneficio personal de una familia, no nos apoyarían con sus fondos y, mucho menos, la American Association of Museums nos diera su acreditación. Somos la única institución acreditada por esta asociación en Puerto Rico.

Thomas Rivera Schatz ha decidido atacar al más débil, la obra  más importante de don Luis Ferré, como represalia para poner presión para que este medio, del cual soy editora y mi familia es dueña, no continúe investigando a sus amigos corruptos. No continúe preguntando qué se hace con el dinero del pueblo de Puerto Rico.

Creo que mi abuelo, si estuviera vivo, sentiría tanto dolor como siento yo hoy, al ver su legado amenazado por una vendetta personal de este señor contra su familia.

No le basta a Thomas Rivera Schatz llevar tres años insultándonos, denigrándonos, acusándonos de corruptos y de pillos sin enseñarle a nadie una sola prueba de lo que dice. No le basta con intentar amedrentarnos con amenazas  como ‘Que nos va a llevar presos, que nos tiene velados,  que nos preparemos para lo que nos viene encima’. Son fuertes amenazas.

No le basta con ataques personales para tratar de intimidar a los periodistas que solo hacen su trabajo. O no le basta con negarles acceso a información pública para que así no puedan hacer lo que tienen que hacer.

No le basta a Thomas Rivera Schatz usar su violencia verbal y hostigarnos a diario en  los distintos programas de radio para insultarnos en nuestro carácter privado. No es solo al medio, ya son insultos personales, difamaciones y amenazas a los derechos que nosotros tenemos como individuos y ciudadanos.

Será que piensa que porque soy mujer puede maltratarme verbalmente y manchar mi nombre y hostigarme hasta decirme tecata, pilla, maldita, filibustera y  corrupta. Es tan violento su discurso que no sé si es un intento de exhortar a la violencia física. Creo que, si pudiera, como buen macho inseguro de su hombría me pegaba para probar que él es más fuerte que yo. Quizás  sus puños pegan más fuerte y yo no pueda defenderme. Pero yo tengo la palabra como arma. La palabra libre, la palabra clara, la palabra que no tiene miedo, pues tiene la conciencia tranquila.

Como  no  puede  taparme la boca ni  encerrarme en mi casa, se esconde detrás de su inmunidad parlamentaria para atacar, pensando que bajo esta protección puede desenfundar toda su rabia contra nosotros sin miedo a ser acusado de violar lo que a mí, a mis hermanos y a mis periodistas  sí nos cobija: la Constitución de Puerto Rico y la de los Estados Unidos, que garantizan nuestros  derechos. Ya su descontrol es tal que ha declarado públicamente que utilizará el poder del gobierno en contra nuestra.

Rivera Schatz no sabe que al hacer eso viola la ley. No hay inmunidad que lo cobije. Hay dos casos legales que claramente sientan jurisprudencia al prohibir que funcionarios públicos exploten la autoridad que les confieren sus cargos para hostigar, amenazar o presionar a ciudadanos o negocios por lo que puedan decir o publicar.

El presidente del Senado reclama que ejerce su derecho a la libertad de expresión cuando nos ataca. Sin embargo, los tribunales han sido claros en señalar que cuando funcionarios públicos “insinúan castigos, sanciones o acciones reglamentarias punitivas, destinadas sobre aquellos que publican información que no es de su agrado (como él ha hecho por los últimos tres años), violan la ley”.

Quizás Rivera Schatz piensa que está por encima de la ley. Quizás piensa que, como soy mujer, me van a temblar las piernas o quizás piensa que al quitarle el dinero al Museo de Ponce conseguirá que El Nuevo Día deje de hacer su trabajo.

Si él quiere castigar al Museo quitándole el apoyo económico que el gobierno le da, que recaigan sobre su conciencia las consecuencias. Si él quiere justificar darles el dinero que siempre se le ha dado al Museo de Ponce, como dijo el senador Larry Seilhamer en su comunicado, a los Centros Sor Isolina Ferré que tanto ayudan a Puerto Rico y que tanto necesitan también, es mejor que dárselos a Roger Iglesias en contratos. Si se trata de prioridades, y no castigo, creo que los $5 millones que se le dan al Sistema Universitario Ana G. Méndez, una institución sin fines de lucro, para destinarlos a la Biblioteca Pedro Rosselló, se los deben dar también a los Centros Sor Isolina Ferré o a la Casa Protegida Julia de Burgos.

Thomas Rivera Schatz ha decidido  crear ante el pueblo una imagen de mí y de mi familia basada en especulaciones, en odios y en resentimientos. Si Thomas Rivera Schatz tiene evidencia de todo lo que dice, yo lo insto a que la haga pública, a que se la envíe al secretario de Justicia y  que nos refiera a las autoridades federales; que pruebe con la verdad todo lo que dice.

Que deje de insultar y amenazar  y actúe contra nosotros, pero que deje tranquilo al Museo de Arte de Ponce, que nada tiene que ver en este asunto.

Que use todo su poder contra el más fuerte y no contra el más débil que no se puede defender.

Thomas Rivera Schatz no me conoce. Pero yo soy nieta de mi abuelo. No heredé su pasión por la política, tampoco sus habilidades musicales, pero sí heredé su determinación de no claudicar ante lo que  creo que es injusto e inmoral. Tengo su tesón y su perseverancia. Y los gritos y los ataques y los insultos y las amenazas no me asustan.

Si Thomas Rivera Schatz y todos los senadores del Partido Nuevo Progresista quieren quitarle los fondos al Museo de Ponce, serán cómplices silentes de una injusticia, pero no sin antes escuchar las indagatorias y las expresiones de indignación de muchos.

El Museo de Ponce no está solo. El espíritu de mi abuelo habita en él. Esa fue su promesa también.

María Luisa Ferré Rangel

Presidenta de la Junta de Directores y Editora de El Nuevo Día

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