Mas allá de la comedia, presenciar el monólogo “Tengo la Placa Lista” con el que Alicea celebra sus 45 años como actor, demuestra su versatilidad y maestría inagotable
Hoy todo el mundo hablará de Bad Bunny y de su presentación anoche en Saturday Night Live, pero yo no. Bueno, me encanta el Conejo Malo y tengo toda la semana para hablar de eso, pero hoy escribo de algo más cercano al corazón de la isla y al mío propio. Escribo de Víctor Alicea.
Sí, del bailarín boricua favorito de Bad Bunny.
Pensé que no iba a escribir más de Víctor porque ya había publicado una nota anunciando su nueva obra, pero no puedo. Guardar silencio es ser cómplice de un sistema que insiste en aplastar a los artistas puertorriqueños. No. No puede ser que se pase la página de una forma tan rápida y no se analice el regalo que nos hizo anoche a todos los que fuimos a verlo en el Centro de Bellas Artes de Santurce.
Y sí, hago algo, pero a mi estilo personal más que periodístico. Lo menciono en primera persona – algo que no suelo hacer ni que los periodistas debemos hacer –, pero es que Víctor Alicea es tan especial y valioso, que es parte de una. Tengo el honor de su amistad desde hace años, así que no quiero verlo con distancia. Lo veo como algo cercano, un pedazo del corazón.
La amistad me permite decir sin temor si algo no me gusta o si hay algo que deba mejorar, pero la realidad es que no hay nada por qué señalarlo. Todo lo contrario. Anoche fue una perfección sublime, como pocas veces se ve en el teatro puertorriqueño.
Venía pensando en todo eso al regresar anoche de ver el monólogo “Tengo la placa lista”, con el que Víctor Alicea celebra sus 45 años como actor y comediante. La pieza te lleva desde la risa a carcajadas puras, hasta la reflexión que toca el alma. No era para menos, si la escribió uno de los grandes, quien también dirigió la obra, Miguel Diffoot.
Yo ya había escrito de la obra cuando se anunció. Primeras figuras de nuestro ambiente artístico y teatral como Idalia Pérez Garay, Roberto Ramos Perea, Carmen Nydia Velázquez y Luisito Vigoreaux me habían hablado en ese artículo de la grandeza de Víctor Alicea como actor, su nivel de excelencia, su compañerismo, su sentido del humor, el amor por Puerto Rico, y todos celebraban su trayectoria. Pero repito, una cosa es escucharlo de actores y otra muy distinta es verlo a él moverse en escena.
Anoche, presenciamos la confirmación de lo que ya sabíamos en el corazón, pero que su trayectoria en la comedia a veces eclipsa: Alicea es un actor de una versatilidad demoledora, uno de esos talentos raros que trascienden el género. El pueblo lo ama y lo reconoce por sus personajes icónicos, pero este monólogo íntimo e intenso desnuda al artista más allá del aplauso fácil, forzando al espectador a confrontar una verdad emocionante: que, a pesar de sus décadas en escena, aún no hemos descubierto todas las capas de su genio actoral.
En la soledad del escenario, desprovisto de los personajes que lo han hecho leyenda, Alicea se transforma en un canal de emociones puras, demostrando una hondura y dominio escénico que solo los verdaderos maestros poseen.
La calidez del cariño popular es innegable, sí, pero su trabajo en "Tengo la placa lista" nos recordó que detrás del comediante reside un "primer actor" en el sentido más completo de la palabra. Fue un privilegio ser testigo de esa vulnerabilidad artística, de esa capacidad para transitar del humor a la melancolía con una fluidez que rompe el alma. Es un llamado de atención a la historia del teatro: celebramos su legado, pero es hora de dimensionar su talento en su totalidad, reconociendo al gigante teatral que se atreve a mostrar su más profunda verdad.
Lo que más me encantó de esta obra son las “múltiples dimensiones” que menciona el director Diffoot que demuestran su “entrega, pasión y disciplina como claves para que a sus 45 años de trayectoria” aún persista con entusiasmo en cada trabajo.
El productor Florentino Rodríguez también expresó su admiración a Víctor y a su extraordinaria carrera que es “ejemplo de constancia, entrega y amor por las tablas”. A través de tu humor fino, tu talento actoral y tu compromiso con la cultura, has regalado al pueblo de Puerto Rico innumerables momentos de alegría, reflexión y orgullo”.
También dijo: “Eres un pilar de nuestro teatro y una inspiración para las generaciones presentes y futuras…”.
Asimismo, todo el equipo técnico y de producción de Teatro Aragua, que produjo y trabajó en la obra, felicitó a Víctor “con admiración por su legado, disciplina y por llenar de arte y alegría los escenarios de Puerto Rico”.
Sin embargo, tras una noche de revelaciones tan profundas como la que nos brindó Víctor en "Tengo la placa lista", surge una amarga reflexión: la injusticia de la duración. ¿Cómo es posible que una pieza de esta magnitud emocional y calidad artística, producto de 45 años de dedicación de vida, y del esfuerzo de un equipo completo, esté condenada a desaparecer de la cartelera en tan solo dos fines de semana?
Es un reflejo
lamentable de un sistema que, sin quererlo, le roba al público la oportunidad
de descubrirla y que no honra el trabajo titánico de nuestros artistas. Es
momento de que como país exijamos que el teatro se fomente y se sostenga con la
longevidad que se merece, permitiendo que obras maestras como esta respiren
durante meses, no solo para llenar las salas, sino para asegurar que el legado
actoral de talentos como Víctor Alicea no sea una luz fugaz, sino un faro
constante.
Fomentar temporadas más largas no es un lujo, es una necesidad cultural. Además, el público lo quiere. Lo demostró la residencia de Bad Bunny y antes que él, muchos otros como los 20 conciertos o más de Ednita Nazario, los de Daddy Yankee.. o quizás. Los casi dos años que estuvo en escena “La Verdadera Historia de Pedro Navaja” esa emblemática obra con la que Víctor Alicea debutó en el teatro hace 45 años.
Pero anoche, Víctor Alicea nos recordó con su monólogo “Tengo la placa lista”, por qué es uno de los grandes pilares de nuestro teatro. Su entrega en escena trasciende la comedia con la que el pueblo tanto lo quiere y reconoce; lo que vimos fue a un actor de una versatilidad casi inigualable, capaz de desnudar con sutileza sus múltiples capas artísticas. En cada gesto, en cada pausa y en cada palabra, Alicea nos invitó a descubrir al intérprete profundo que aún sigue revelándose como si fuera la primera vez.
Más que un
homenaje a su trayectoria, la función fue un recordatorio de la grandeza de un
artista que no teme reinventarse, que transforma lo cotidiano en poesía
escénica y que nos deja claro que todavía queda mucho de Víctor Alicea por
descubrir. Su arte es memoria viva y emoción compartida, y anoche fue imposible
no salir conmovidos.




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