Su presencia en el escenario no busca inclusión ni
aprobación: revela el cambio de poder cultural en Estados Unidos
Bad Bunny en sumonólogo en SNL anoche.
La furia de los MAGA, de los guerreros “anti-woke”, de
los que gritan “speak
English” desde sus búnkeres digitales, no tiene que realmente nada
que ver con la música. Tiene que ver con el poder. O, para ser precisa, con su
pérdida de ese poder. Mientras ellos se aferran a una versión de Estados Unidos
que ya no existe, el mundo —su mundo— ya se mueve a otro idioma, a otro ritmo,
a otro cuerpo.
Les encona que lo haga un puertorriqueño, uno que viene desde la colonia caribeña. Esa que ellos pueden desacrar como deseen, y cuando les da la gana, pero esa que existe, se reafirma y se proyecta. Y eso los enloquece.
Hubo un tiempo en que un latino tenía que “cruzar”. Había que cantar en inglés, suavizar el acento, traducirse. Ironías de la vida que fue precisamente otro boricua – Ricky Martin – quien más abrió esas puertas. Seguía la ruta que dejaron muchos antes como un José Feliciano, como un Raúl Juliá, por mencionar solo algunos. Pero fue Ricky quien rompió el espinazo que logró el verdadero “crossover” que ni Miami Sound Machine había conseguido antes. Todavía queda en la memoria colectiva aquella presentación de Ricky Martin en los Grammys del 1999 y el impacto que dejó. https://youtu.be/KwJGfl68Rsg?si=znpkujVj7VQ3WA0z
A partir de ese momento es que hubo aquel “boom” latino que abrió puertas
para muchos – desde Shakira, pasando por JLo hasta un J Balvin, entre muchos
otros – pero ahora es distinto.
Ahora el camino es el contrario: es el mainstream el que cruza hacia el
reguetón, hacia el Caribe, hacia algo que no necesita aprobación blanca. Bad
Bunny no vino a conquistar América. América vino a él. Y él nunca pidió
subtítulos.
Eso no es inclusión. Es dominación.
Lo que vimos anoche en Saturday Night Live
no fue solo una actuación. Fue una ruptura, un glitch en el sistema. Un
tipo que no es actor cultivado, que no es comediante, no fuerza la sonrisa, no
suplica caer bien. Y, sin embargo, cautiva. Porque Bad Bunny no intenta
encajar. Ocupa el espacio. Y de algún modo, eso basta. https://youtu.be/A0Pt7qHpWNg?si=aVXiPpRUMPp-d7J2
Por eso SNL lo quiere. Por eso la NFL lo necesita. Porque ambas
instituciones están envejeciendo mal, perdiendo audiencia, chispa, pulso. Y ahí
aparece este puertorriqueño que, sin siquiera proponérselo, se convierte en su
mascarilla de oxígeno cultural. Lo que parece un boleto dorado para él es, en
realidad, un salvavidas para ellos.
Y eso duele. Porque invierte por completo la
jerarquía: ya no es el artista quien necesita del sistema. Es el sistema el que
necesita del artista para sobrevivir.
Esto también jode en Puerto Rico a quienes viven de mantener
la colonia y de tener a la gente robotizados y controlados, pero en la América
de Trump y de los MAGA, esto hace crisis.
Lo llaman “peligroso” pero lo contratan. Lo critican, pero lo
reproducen. Se quejan de que no lo entienden, pero lo escuchan igual. Porque,
en el fondo, saben que su idioma ya no es el que manda. Es el de Bad Bunny.
Esta no es la historia de un latino que por fin
“llegó”. Es la historia de una América que, en silencio, se fue.
Bad Bunny no representa inclusión. Representa lo que
viene después. No entra por la puerta de servicio del espectáculo
estadounidense. Llega en trono, sin cambiar el idioma, sin bajar el ritmo, sin
ceder nada. Y por eso gritan. Porque el futuro ya no les traduce el presente.
Porque, en el fondo, saben que la canción no es para ellos.
Y lo más radical de todo es que probablemente a Bad Bunny ni le importe.
No quiere agradar. No quiere integrarse. Solo quiere existir. Y en un país
acostumbrado a que los “otros” pidan permiso, su mera presencia ya es una
declaración de independencia.
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