En 1995, uno de mis padres teatrales, Don Marcos
Betancourt, estrenó una comedia mía titulada “El Narcisista”, en la que
cándidamente me burlaba de todos los políticos que en aquella época padecían
del mal de amarse a sí mismos por encima del amor a la humanidad. Había una
escena en la que el viejo Marcos se abría la camisa, imitando a Rony Jarabo, y
a son de lagrimones enseñaba los moretones que una mujer rabiosa -que él había
ofendido- le había causado.
Para escribir aquella comedia devoré todo lo que pude conseguir sobre el narcisismo social y recuerdo particularmente un libro del filósofo estadounidense Christopher Lash (“The culture of narcissism”) en el que profetizaba el trágico colapso del bien común por causa de las políticas neoliberales de empoderamiento personal. Lasch había escrito su profecía en 1979. El no conocía a Rony Jarabo ni a Bad Bunny.
Al salir de Bellas Artes la otra noche, me topo con una pantalla iluminada en el expreso que proyecta una imagen del Sr. Benito besando en los labios a su personaje de Bad Bunny. No lo podía creer. Le dije a mi compaña que me pellizcara y ella muy cándida me dijo, “sí, créelo porque ese es”. Como aprendiz de sociólogo sé perfectamente lo que importan los símbolos y las imágenes y lo que son capaces de hacer para ennoblecer o destruir a la humanidad. Pero como siempre me preocupa la Patria, me concentré en lo que esta imagen, repartida por toda la Isla y quién sabe si por el mundo, nos afectaría. En 1978, cuando yo era un “universitario pelú” una imagen como esta habría causado infinidad de debates y conflictos. Hoy, es una imagen “feliz” y “divertida”.
El “empoderamiento” personal a
costa de la solidaridad humana ahora es una “sana” aspiración. Muchos hombres
se han envanecido y muchas mujeres se han empoderado, y además de auto
condenarse a la más feroz soledad, han normalizado la desintegración, han hecho
de la posmodernidad y sus vicios un santo remedio y peor aún, han justificado
la barbarie.
¡Qué narcisismo más asqueante y qué vanidad más asesina que la del presidente de los EU, Biden, (y muchos otros antes que él), de invertir trillones del dinero estadounidense en ayudar a los sionistas a aniquilar al pueblo Palestino, o a entrometerse en líos que no son suyos como en Ucrania, mientras en las calles de Detroit, en los barrios de Luisiana y Georgia, o en el mismo Manhattan, hay seres humanos durmiendo en las cunetas, comiendo de zafacones y bebiendo la infestada agua de los lavajos.
En este narcicismo totalitario hay personas que, por encima de la lógica de la ciencia, pretenden cambiar la verdad a su placer y fuerzan que uno responda a sus pretensiones o te acusan de irrespeto. Gente que se identifican como perros y exigen que los atienda un veterinario.
Alejandro Tapia hablaba de la “aristocracia del talento” como un estado de virtud, como una proposición de liderato social. Con el tiempo, la sociedad misma ha categorizado esa virtud: en nuestro país hay inteligentes, ignorantes y brutos. Los inteligentes tienen el deber de pensar, analizar, dirigir, comparar, escrutar, expresarse con las luces del entendimiento, tienen el deber de la comunidad. Los ignorantes tienen la virtud de la voluntad, el mérito del cambio. El ignorante quiere y puede aprender y buscará los medios -si carece de ellos- para lograr salir de su estado con dignidad. “La ignorancia es una bendición” EN TANTO Y EN CUANTO motiva y dinamiza la inteligencia. Pero el bruto… el bruto no tiene remedio. Al bruto no le interesa ni la verdad, ni la compasión, ni la sensibilidad. El bruto solo se interesa por su placer y su complacencia: “soy tan lindo que es de mí de quien me voy a enamorar”.
El bruto es un narciso ignorante que sirve de alimento a quien lo explota. El bruto se hace pasar por astuto cuando en verdad siempre lo han cogido de pendxjo, se hace pasar por rico -cuando en realidad es un miserable. El bruto coloca su imagen besándose a sí mismo en un cartel iluminado del expreso como la más alta felicidad humana y le llamará “empoderamiento”, y tendrá la osadía de llamarle a eso “libertad”. Gritará las más asqueantes vulgaridades -“me gusta la choxxa de PR”- que no serán protestadas y para congraciarse con las masas de puertorriqueños imbéciles que le seguirán sin pensamiento crítico alguno, gritará con su voz aguardentosa: “¡Fuera LUMA!”, y será glorificado como un inmenso patriota.
Aun cuando ningún tiempo pasado fue mejor ni peor que este, la imagen de Bad Bunny besándose a sí mismo es el mejor signo de la proximidad de algo realmente trágico. El narcisismo es cosa mala.
Ramos Perea es el director del Instituto Tapia y
Rivera y de la Compañía Nacional de Teatro. El dramaturgo tiene una extensa
trayectoria en la literatura puertorriqueña, que
además de las tablas incluye
el periodismo, la televisión y el cine. Para conocer más sobre su excelsa biografía, busque la Fundación Nacional para la
Cultura Popular. Para más información sobre el Instituto Tapia y Rivera,
acceda a www.institutoalejandrotapia.org
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