(NOTA: Esta columna fue publicada originalmente en NotiCel el domingo, 22 de julio de 2018 - https://www.noticel.com/opiniones/blogs/en-blanco-y-negro-con-sandra/80-anos-es-vejez/771379160)
Tener 80 años significa estar viejo. Ser un envejeciente, un retirado, como un abuelo. Son los que crearon familias y levantaron comunidades, pero que ahora languidecen solos porque los hijos y nietos emigraron y los han abandonado. Algo así podemos decir que le pasa al Partido Popular Democrático (PPD). Modernizó a Puerto Rico en los años 50 y sacó a la gente de la miseria extrema, pero hoy son nada ante la opinión pública. Celebran los 80 años de su fundación sin credibilidad, con un gobierno federal que ha desenmascarado la mentira del Estado Libre Asociado y golpea inmisericorde su constitución, sin un proyecto real y con una serie de figuras políticas que a dos años de las elecciones ya están disputándose el liderato para tratar de definir un partido que no es. Algo que ya no existe. Otra cosa.
Ese es el principal problema del PPD y de los populares. Como el alcohólico o el adicto que no quieren reconocer su enfermedad para poder empezar a curarse, el PPD no reconoce que no tiene proyecto. No se define. Es un reflejo de lo que pasa en Puerto Rico ante la realidad de la Ley PROMESA, y que le pasa también al PNP y al PIP. El PNP porque no reconoce que los americanos no quieren la estadidad, y el PIP porque siguen durmiendo en que la independencia llegará por “default”. Pero con el PPD es más crítico.
Es tan grave la situación del PPD que el presidente Héctor Ferrer ya anunció que comenzará un “período de reflexión” con la esperanza de que al final salga un partido que entusiasme y represente a los electores. Encomendó al senador Aníbal José Torres a que haga un “autoestudio” con todos los sectores, incluyendo a personas que no pertenecen al PPD para descifrar cuál debe ser el futuro de la Pava.
Está duro el reto porque siguen entre ser “estadistas light”, “independentistas light”, y los que quieren seguir siendo colonia pero tienen miedo a decirlo.
Es esa indefinición lo que le clava la estaca de su destrucción al PPD, porque lo cierto es que se le va la vida si no enmiendan. Si no traen visiones distintas, modernas, reales, que reconozcan que su presente no tiene vigencia, importancia y no existe para el Puerto Rico del 2018 bajo una Junta de Control Fiscal que ellos mismos buscaron.
Si el PPD aquí no se pone al día, se corre el riesgo de que le pase como al Partido Comunista de Cuba (1961), que ha perdido enfoque, o como al Partido Demócrata en los Estados Unidos que no sabe ni cómo organizarse y responder de forma convicencente ante un presidente como Trump.
El PPD también tiene que considerar lo que está pasando en el resto del mundo, donde, como ha dicho el sociólogo político John Ackerman en estos días, el “status quo” se está colapsando en todo el planeta.
Los votantes están abandonando en masa a los viejos partidos políticos, los de derecha, los de izquierda y los de centro, y están surgiendo nuevas opciones.
Por eso fue que en los Estados Unidos, la ola de repudio colocó a un neofascista en la Casa Blanca. En Francia, la indignación ciudadana también fue canalizada hacia la derecha, con la victoria del exbanquero Emmanuel Macron. En Reino Unido, el coraje con el sistema imperante generó el 'Brexit'; en España casi se logra la independencia de Cataluña, según Ackerman. Pasó en Argentina con la elección de Mauricio Macri y más recientemente, en México, con la victoria de Andrés López Obrador.
Aquí tenemos la experiencia reciente de electores que pusieron en una tercera fuerza electoral a Alexandra Lúgaro, eligieron a José Vargas Vidot como senador independiente con más votos que ningún otro, y le dieron votos significativos a otro independiente, Manolo Cidre.
Todo eso tienen que tomarlo en consideración y no sentarse a esperar a que le den un voto castigo en las elecciones a Rosselló por el descontento general que existe hacia su persona y su gobierno. Si hacen eso, sería más de lo mismo. Entonces sería evidencia total de su vejez y decrepitud como institución política.
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