“Aunque no lo quieran reconocer, la verdad es que todo está igual
que antes, si no es que está peor”
Hoy muchos se levantaron con ojeras, pero felices después de una larga
juma real o emocional tras la victoria. La celebración fue para largo tras
horas y horas de conteos de votos, nervios de punta, temores y miedos que
fueron subsanados por el dulce olor del triunfo de su partido. Así también
muchos se levantan hoy cabizbajos, tristes, deprimidos y con la congoja que representa
el fracaso de sus esperanzas desvanecerse con la derrota de su partido. Hoy es
el día después.
Para muchos hoy representa el inicio de contratos, de bonanza para sus
empresas o de empleos para sus familiares en el gobierno o con las conexiones
generadas por este. Para otros, hoy es el inicio del ciclo de cierre y cambios,
de posibles pérdidas de contratos y de que la bonanza artificial en sus
empresas se esfume con la nueva administración. Es que hoy es el día después de
las elecciones.
El año de planificación, de apretones de manos y besos a los bebés para
los ‘photo opportunities’ de candidatos frente a la Prensa, los cientos de
abrazos, caravanas con ruido ensordecedor, banderas y pasquines, promesas y
programas de gobierno, caminatas y visitas a cuanta esquina que quedó olvidada
en el resto del cuatrienio, terminó con el fin de la campaña.
A lo largo del año se desarrollaron campañas con sus consabidas tácticas
y estrategias para hacer lucir al adversario mal ante el País y, de paso, agenciarse
votos de indecisos. Se subía de tono y en los últimos meses, los insultos,
indirectas y epítetos entre partidos políticos y gran parte de sus respectivos
lideratos pasó de alguna manera a los fanáticos que se insultaban entre sí.
Penepos, populetes, comunistoides, melones o cualquier epíteto se azuzaba de
las bocas de líderes políticos y analistas radiales para hacer a los electores
mover sus pasiones a favor de los suyos y en contra de los otros, como suele
suceder en cada contienda electoral. Total, ¿para qué, si siempre llega el día
después?
Hoy es el día en que ganadores, perdedores y aquellos que creen que
ganaron reconocimiento público aunque no sacaron casi votos en las urnas tienen
que darse cuenta de que todo queda igual. Aunque no lo quieran reconocer, la
verdad es que todo está igual que antes, si no es que está peor.
El País se tiene que enfrentar a la realidad de que seguimos con cifras
descomunales de asesinatos, que el narcotráfico campea por su respeto en todo
el archipiélago boricua y que controla comunidades; que aquí la deserción
escolar sigue, que se mantiene el nivel alto de desempleo y que los que
trabajan, a veces tienen que buscarse dos y tres ‘part times’ para tratar de
nivelar el costo de vida y pagar por beneficios que ya los patronos no quieren
dar.
Hoy todos –penepés, populares, independentistas, soberanistas,
trabajadores, coquíes o no afiliados– deben reconocer la realidad de que
escasean viviendas, que hace falta más servicios para envejecientes, para
niños, que hay que mejorar el sistema educativo y de salud, en fin, que
seguimos con nuestros viejos problemas de siempre.
Y si bien es cierto que los resultados del plebiscito nos señalan cuál
es el sentir de la mayoría de los electores en cuanto al tema del estatus, no es
menos cierto que tampoco pasará mucho porque no son vinculantes. No se espera
que el gobierno en Washington corra a atender el ‘issue’ de Puerto Rico cuando
ellos no lo preguntaron y, además, tienen tantas otras prioridades en sus
respectivos estados. La colonia no es su prioridad.
En fin, hoy, el día después de las elecciones, todo vuelve a la
normalidad. La inmensa mayoría haremos lo mismo que hicimos antes de ayer,
trabajar y hacer lo imposible porque este país se mueva.
El País debería moverse pero no existe la voluntad. Los políticos no
tienen la voluntad ni las ganas ni el interés de trabajar juntos por el País,
por encima de las divisiones partidistas. Por eso es que Puerto Rico no
progresa porque la mezquindad abunda en los que están en los centros de poder y
pueden tomar decisiones. Todo el mundo sabe lo que hay que hacer, pero nadie se
quiere mover de sus respectivas esquinas para trabajar juntos hacia un mismo
norte. Seguimos haciendo lo mismo y por eso los resultados son los mismos. Por
eso la esperanza tiene que venir desde el pueblo que exija un mejor gobierno,
un mejor país.
No importa lo que se decidió ayer, el día después yo sigo siendo la
misma. Soy la madre de Mariela, la hija de mis padres, la hermana de mis
hermanos, la compañera, la amiga, la madre trabajadora, la vecina de mi calle,
la voluntaria en las luchas comunitarias, la que espera que merme la violencia
y que impere la tolerancia y el respeto a los demás. A los que prometieron
villas y castillas, espero que me demuestren que saben y pueden hacer lo que
dicen, porque después que tienen el privilegio de ser escogidos por el Pueblo,
lo menos que deben hacer los políticos es cumplir su palabra.
Yo sí tengo mi norte, mis metas y la ruta trazada, con o sin ellos. El
día después, para mí es el mismo del anterior y tengo los mismos objetivos:
luchar por mi país y trabajar para que progrese, pero también exigir y no
quedarme callada. Esta boca no se calla y mi pluma o computadora, no se acaba.
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