Cuba, tan distinto y tan igual a Puerto
Rico. Dos islas hermosas, anquilosadas
en el tiempo, víctimas de sistemas políticos y modelos de gobierno que no
funcionan, o que ya dieron lo que iban a dar.
Hace unos días el octogenario presidente cubano
Raúl Castro anunció que este será su último mandato por cinco años y que el
próximo en sucesión será el vicepresidente Miguel Díaz Canel, de 52 años, y
quien no es del grupo que vivió la Revolución del 1959. Con este anuncio se
pone fin a la era de los hermanos Castro que inició la ya mítica figura de
Fidel, quien precisamente reapareció en el Parlamento para presenciar el
anuncio de su hermano. Son cambios políticos grandes en los que se transfiere
el poder a una nueva generación, pero mientras tanto, el pueblo sigue igual,
con las mismas necesidades, miseria y limitación de derechos civiles.
Acá que en Puerto Rico, el Gobernador Alejandro
García Padilla aún no ha cumplido los primeros 100 días de su mandato y ya se
sabe que la economía del país está al borde del colapso. No hay una transición
generacional porque hubo cambio de gobierno, pero estamos igual o peores que
con la pasada administración. La economía no se mueve, los cascos urbanos
parecen pueblos fantasmas, y se ven anuncios de “se vende” por doquier. Los
legisladores amarrados a sus dietas tuvieron que ceder ante la presión pública,
pero volvieron al legislador-ciudadano para poder trabajar “part-time”; el Banco Gubernamental de
Fomento anuncia que las pensiones de los empleados públicos no dan; se anuncian
aumentos en los servicios básicos al pueblo y la gente se opone a que el
Gobernador ahora le regale por 40 años el aeropuerto a los mexicanos con las
condiciones actuales del contrato.
Mientras tanto, el pueblo sigue sufriendo. La clase media cada vez más
pequeña, vive asfixiada con la economía y se debate si van del país a buscar
trabajo o si siguen decidiendo entre pagar la luz, el agua, la hipoteca o las
medicinas.
Muchos no lo aceptan, pero son innegables los
paralelismos en la realidad actual de Cuba y Puerto Rico. Más allá de la
historia común que nos une, una tiene que mirar con detenimiento los sistemas
políticos y ver el día a día de la gente para darse cuenta de que no somos tan
distintos, y que tanto allá como acá el pueblo vive precariedades, pobreza, limitaciones
y que al pueblo los mueven cual títeres, por los hilos ocultos del poder
político.