El presidente de Estados Unidos, Donald Trump volvió a insultar a una periodista, como igual hace aquí el presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz y la gente calla
![]() |
| El preisdente de EEUU Donald Trump en el Air Force One, momentos antes de insultar a la periodista |
Poco antes, Trump había arremetido contra Mary Bruce de ABC News por cuestionarle al príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, sobre el asesinato del periodista del Washington Post Jamal Khashoggi en 2018, en Estambul. Mientras el príncipe lo reduce ahora a un “error”, Trump prefirió insultar a quien se atrevió a mencionar el crimen.
No son deslices aislados. Es el mismo presidente que en 2017 se burló públicamente del periodista Serge Kovaleski del New York Times, quien tiene parálisis cerebral, y que en 2015 expulsó al periodista mexicano Jorge Ramos de una conferencia por preguntar sobre políticas migratorias. Como público y como votantes, esto debería obligarnos a reflexionar.
Hay momentos en que un país debe detenerse y mirarse
al espejo, aunque duela. El auge del insulto como arma política es uno de esos
reflejos incómodos que hoy se ve de Washington a San Juan. Lo que antes era una
vergüenza pública, ahora algunos líderes lo exhiben como valentía. No lo es. Es
violencia disfrazada de autenticidad.
El “quiet piggy”
de Trump no fue un simple exabrupto: fue un mensaje. Cuando un político agrede
a quien pregunta, castiga la fiscalización, ridiculiza el rol de la prensa y
autoriza a sus seguidores a repetirlo. Ese es el peligro real: normalizar el
ataque personal como forma de gobernar.
EL INSULTO EN PUERTO RICO
En Puerto Rico, ese estilo del insulto fácil también se ha asentado con una soltura alarmante. El presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz usa los epítetos en un recurso retórico habitual, como si llamar “pendejo” a un periodista fuese parte aceptable del debate legislativo. No lo es. Es un abuso de poder.
Y la Comisión de Ética del Senado guarda silencio. ¿Sumisión total ante TRS o simple coincidencia con su discurso? ¿Y los líderes religiosos que exigen días de oración y ayuno desde el gobierno, que hablan de aborto y claman a “papito Dios”? Callan ante esta violencia verbal. Ese silencio los convierte en cómplices.
El público que deja pasar estos insultos sin exigir
disculpas ni consecuencias refuerza la idea de que los políticos están por
encima de la decencia que exigimos al resto del país.
LOS INSULTOS EN EL CHAT
Pero el discurso de odio en la política puertorriqueña no comenzó ayer. El infame chat de Telegram en el Verano del 2019 del gobernador Ricardo Rosselló y su círculo cercano dejó una herida que aún supura. No solo reveló insultos misóginos, burlas crueles sobre la muerte y el dolor del país, y una violencia verbal grotesca; reveló la cultura interna de un gobierno que veía al pueblo como un enemigo o un chiste.
Los epítetos —“mamabichos”, “cabrón”, “puercos”, “putas”— no fueron deslices privados, sino expresiones de cómo ellos entendían el poder y a quién se sentían con derecho a humillar. Ese chat no solo estalló en escándalo: dejó un legado de cinismo que aún contamina la confianza pública. Y lo más inquietante: varios de los que hablaban así hoy dirigen medios financiados por el gobierno, controlan espacios en televisión y se venden como analistas e influencers.
![]() |
| Chat de Telegram de los “Boys”, Verano 2019 |
Un líder que recurre al insulto no demuestra fuerza, sino miedo. No demuestra poder, sino incapacidad para debatir. El odio es el último refugio del incompetente.
Y el odio avanza porque lo permitimos. La cultura del “así es él”, “así hablan los macharranes” o “son solo palabras” convierte el abuso en paisaje. Tolerar que un político deshumanice a alguien es participar de esa violencia. Cada insulto que dejamos pasar desde el poder es una renuncia a nuestra dignidad cívica. No es sensibilidad; es respeto democrático.
EL ROL DE LA PRENSA Y DEL PÚBLICO
La prensa tiene un rol esencial en revertir esta tendencia, pero esa responsabilidad también es del público. Preguntar no es provocación. Fiscalizar no es ataque. Exigir respeto no es censura. Las sociedades saludables no se construyen a gritos ni a insultos, y mucho menos desde las trincheras de la impunidad verbal.El lenguaje importa. El ejemplo importa. Y cuando desde el poder se siembra odio, la cosecha siempre es violencia — física, social, institucional, cultural. Todavía estamos a tiempo de rechazar esta deriva. Pero toca hacerlo con claridad: no podemos aceptar líderes que gobiernan como si estuvieran saliendo borrachos de una barra, confundiendo agresividad con carácter y vulgaridad con honestidad.
A final de cuentas, el discurso político refleja quiénes somos… o quiénes permitimos que hablen por nosotros. Exigir respeto es recuperar la dignidad que el insulto nos ha ido arrebatando, palabra tras palabra, golpe tras golpe.


No comments:
Post a Comment