Las historias ocultas de raza, identidad y poder en la trata transatlántica de esclavos forman parte de quien es el nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica
Cuando el cardenal Robert Francis Prevost apareció en el balcón del Vaticano como León XIV, hizo historia de más de una manera. Su elección como el primer papa estadounidense ya representaba un cambio sísmico en las tradiciones milenarias de la Iglesia Católica. Eso, unido al hecho de que tiene ciudadanía peruana donde vivió por 40 años y que dio un mensaje en español, no en inglés, dejó al mundo entero sorprendido.
La prensa también destacó con prominencia que
su familia tenía ascendencia española. Pero lo que muchos no decían, y todavía hoy
no se atreven a discutir—quizás de forma deliberada—es lo que su cuerpo y su
nombre declaran sin ambigüedad: wl Papa León XIV es el primer Pontífice de
ascendencia africana. O sea, un hombre negro según las propias definiciones que
imponen en los Estados Unidos, ocupa hoy la silla de Pedro. Su verdadero linaje
yace oculto a plena vista.
Nacido en Chicago, León XIV creció en un hogar profundamente católico, pero las raíces de su familia cuentan una historia compleja y poderosa: de Haití-Santo Domingo a Luisiana, y de allí al Norte industrial en Chicago. Sus abuelos paternos eran inmigrantes haitianos que se establecieron en Nueva Orleans, llevando consigo una herencia criolla rica y ambigua, típica de las identidades raciales postcoloniales del Caribe.
La historia de su madre, Mildred Martínez, revela aún más. Según el Diario de Ibiza, ella nació en el 1912 en Chicago. Era hija de Joseph Narval Martínez, nacido en Santo Domingo (hoy República Dominicana) en 1864, y Louise Baquié, nacida en 1868 en Nueva Orleans y cuyos padres tenían apellidos típicamente ‘creole”: Ferdinand Baguié y Eugenie Grambois.
Es
decir, todos venían de herencia negra de Haití y eran vecinos del Seventh Ward,
un distrito históricamente de criollos libres, “negroes” (negros) o “people of
color” (gente de color).
Y como sucedía en esa época de segregación,
muerte y discrimen, los negros o mulatos de tez más clara, se hacían pasar por
blancos. Diversos medios de prensa estadounidenses ya confirman que Mildred
cambió los registros de “negra” a “blanca” en la década del 1930.
El emblanquecerse no necesariamente era por
capricho. Era una manera de sobrevivir en el sistema racista y de tanta
desigualdad. Ser blanco les daba más oportunidades de obtener vivienda,
estudiar, tener mejores trabajos, cosas que a los negros se les negaba.
ABC
News publicó evidencia de registro del Censo del 1900 donde la familia en
New Orleans aparecía como negra, pero que una vez se mudaron a Chicago, en el
1920, se registraron como blancos.
Así que, bajo la lógica estadounidense de
segregación, el Papa León XIV es un hombre negro.
Pero la identidad racial siempre ha sido
maleable y estratégica, especialmente en las esferas religiosas y de poder.
Durante gran parte de su carrera, la historia del ahora Papa León XIV se narró
en términos vagos: “criollo de Luisiana”, “haitiano-estadounidense” o
simplemente “americano”. Rara vez se utilizó la palabra “negro” en las
biografías oficiales. Hoy, con su ascenso al papado, esa verdad ya no puede
seguir escondida.
Esto no significa que el propio Papa lo haya
querido ocultar. De hecho, en una entrevista televisiva en NBC su hermano confirmó
la ascendencia haitiana y española.
Pero tampoco puede pasarse por alto la movida
política, y quizás de reparación histórica que hizo el ahora Pontífice. Escoger
el nombre de León XIV no fue casual. Al hacerlo, rinde homenaje a León
XIII, el Papa que en 1888 condenó la esclavitud como una "villanía
suprema" y pidió justicia para los liberados. Por eso este gesto resuena aún más en el
contexto actual de Estados Unidos, con el gobierno de Donald Trump, cuando
resurgieron con fuerza el racismo, el nacionalismo blanco y la desigualdad
estructural.
En ese sentido, el nuevo Papa León XIV lanza
un mensaje implícito pero firme: la Iglesia debe recordar su pasado, reconocer
sus silencios y asumir su responsabilidad.
Pero la
historia de León XIV también revela una verdad incómoda para la Iglesia
Católica: el hecho de que el fenotipo o como algunos llaman “la raza” ha sido
un factor oculto pero poderoso.
A lo largo
de la historia, muchas personas afrodescendientes, sobre todo en América Latina
y en Estados Unidos, han "pasado" o se hacen pasar por blancas,
ocultando su negritud para poder ascender en jerarquías sociales y
eclesiásticas. La Iglesia Católica, en su afán de universalidad, pocas veces ha
promovido un análisis profundo de la identidad étnica entre su clero. La
llegada de León XIV pone fin a ese silencio.
Por todas estas razones considero que rompe
muchos esquemas. No es sólo es el primer Papa estadounidense. Es el primer Papa
que, hace cien años, no habría podido entrar por la puerta principal de una
catedral del sur de Estados Unidos.
¿Qué significa para la Iglesia Católica en
todo el planeta que su líder lleve consigo el legado de los esclavizados y
colonizados? ¿Se atreverá León XIV a confrontar el rol de la Iglesia en la
esclavitud y la segregación, no solo en el discurso, sino mediante acciones
concretas? ¿Su papado ofrecerá representación simbólica o una verdadera
reparación histórica? Las respuestas a mis preguntas, sólo se sabrán con el tiempo.
Pero algo es seguro: la elección de León XIV
no es solo un símbolo. Es un acto de revelación. Es un espejo frente a la
Iglesia, a Estados Unidos y al mundo. Y más que nada, tenemos que recordar que la
historia no solo ocurre, sino que espera a que alguien tenga el valor de
contarla.




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